17 octubre, 2011

Capítulo 69 "El poder de las Piedras"

La Piedra Sagrada mantenía con su inmenso poder el equilibrio del Universo.
Muy pocos privilegiados conocían la existencia de semejante tesoro. Su protección y conservación se había cobrado la vida de cientos de personas que ni siquiera sabían de su existencia. El poder real, la nobleza y el clero eran los encargados de mantener a la población en la más absoluta ignorancia. Sin embargo no dudaron en sacrificar a muchos de estos hombres y mujeres en pos de dicha protección.
Finalmente cuando los sentimientos negativos de la humanidad se convirtieron en moneda cotidiana, la sagrada piedra no pudo resistir tanto egoísmo, tanto odio y tanta sangre. Su estallido produjo un verdadero cisma. Los sacerdotes incapaces de reaccionar ante semejante desastre intentaron por todos los medios recobrar la mayor cantidad de trozos que se habían esparcido dentro del Templo Sagrado. Muchas partes de la gran piedra fueron robadas por los sirvientes que al desconocer la naturaleza divina de la misma, se las llevaban con la esperanza de poder comercializarlas como piedras preciosas.
Tolomeo, uno de los sacerdotes más ancianos, logró después de muchos años de trabajo reconstruir a través de un minucioso dibujo el aspecto original de la piedra. Una vez finalizado el diseño, fue ubicando sobre el papel las piedras que habían logrado conservar y trató de hacer coincidir los trozos que aún permanecían en su poder. Para su decepción demasiados eran los espacios vacíos y muy pocos los pedazos que podían coincidir a la perfección. Entristecido por su fracaso, abandonó su escritorio y se retiró a descansar un par de horas.
En medio de la noche, el viejo sacerdote tuvo un sueño que lo despertó de manera frenética. Sin pensarlo demasiado se calzó la túnica y corrió desesperadamente hacia el escritorio. La oscuridad era total. Encendió una antorcha que encontró en el pasillo del Templo e ingresó a la recámara. Sus ojos no podían creer lo que estaban viendo. La sorpresa lo desarmó completamente. Con temor y gran curiosidad fue acercándose a la mesa donde descansaba el dibujo con los trozos de la Piedra Sagrada. El descubrimiento lo dejó con la boca abierta.
Los pedazos de piedra que estaban separados permanecían inalterables. Sin embargo los trozos que había logrado hacer coincidir, resplandecían con fulgor en la oscuridad de la noche. Una luz dorada envolvía las partes que apenas se tocaban y el calor que emanaban se proyectaba hasta el lugar donde el anciano se había quedado parado.
La voz de Eva fue apenas un susurro. En el silencio de la noche, la más sabia de las sacerdotisas habló suave y solemne.
“No temas, amado hermano. Tu trabajo no ha sido en vano. El poder de nuestra Sagrada Piedra sigue más vivo que nunca. El mínimo contacto entre sus partes provoca una energía positiva incomparable.”

Zafiro apenas pudo contener la excitación que la estaba embargando. Aquella vieja escritura le estaba revelando algo que ella desconocía por completo. Tenía que seguir investigando. Acababa de leer un capítulo muy antiguo: “El descubrimiento del Padre Tolomeo”. Si era correcta su deducción, aún no estaba todo perdido…



Ya entrada la madrugada Ágata les sugirió a los hombres de la familia Finke pasaran la noche en la casa. El chalet era muy grande y la habitación de huéspedes ideal para que pudieran descansar de manera confortable.
Ninguno de los tres objetó el pedido de la vieja dama. Hacía poco tiempo que Claus y Ben la conocían, sin embargo ambos habían sucumbido ante la subyugante personalidad de la misma. La mujer transmitía una sabiduría y un criterio muy poco comunes. Además, había tenido la valentía de revelarles secretos muy peligrosos para su propia seguridad. Sin duda confiaba en ellos, por lo tanto no podían defraudarla.
Cid y Rubí se encontraron en el jardín alrededor de las 3.30 de la madrugada. La noche estaba fresca y permanecieron abrazados debajo del porche de la cocina. Cid estaba sentado en la silla predilecta de Ágata y Rubí se había recostado sobre él hecha un ovillo. Las estrellas iluminaban el azul oscuro del cielo. A lo lejos, el sonido de las olas del mar era semejante a un susurro suave y maravilloso.
Rubí suspiró hondo y después de besarle la mejilla a Cid, dijo con anhelo:
-Quiero que este momento no termine nunca.
Cid sonrió y le acarició el cabello con dulzura.
-Estaba pensando lo mismo. ¿Acaso me estás leyendo la mente? –bromeó el joven.
-De ninguna manera. –y con ojos pícaros agregó- tengo absolutamente prohibido utilizar mis dones con la gente común.
El muchacho frunció el ceño y con simulado enojo preguntó:
-¿De modo que formo parte de la “gente común”? Y yo que creía ser alguien especial en tu vida…
Ella sofocó una carcajada intentando no despertar al resto de la familia.
-No me provoques, Cid… -advirtió la chica con mirada sensual.
-¡Increíble! Estamos al borde del abismo y tu cabeza no deja de pensar “siempre en lo mismo”.
Rubí lo miró risueña y exclamó:
-No es precisamente mi cabeza la que está pensando “siempre en lo mismo”…
El comentario de la chica logró dejar boquiabierto al muchacho que se la quedó mirando fascinado.
-¿Es verdad que sólo cumpliste 17 años? –preguntó con sorna.
Ella le volvió a dedicar una sensual mirada y con la punta de los dedos le comenzó a rozar el contorno de la cara.
-¡Si supieras cuanto te quiero! –manifestó arrobada.
Apenas pudo contener el frenesí que esa pequeña mujer le despertaba. Se besaron de manera ardiente. Las caricias se multiplicaban a lo largo de los cuerpos y la agitación crecía a medida que la pasión comenzaba a consumirlos.
De pronto un ruido en la cocina provocó que se separaran de manera violenta. Rubí no hizo pie y cayó sentada en el piso del porche. Mientras Cid trataba de levantarla evitando hacer el menor ruido posible, las risas de ambos estallaron en medio del silencio de la noche. Intentando contener las carcajadas se cubrieron la boca con las manos.
Pasaron unos minutos y toda la casa volvió a quedar en completo silencio.
-¡Por eso te quiero tanto! Muero de amor prinzessin
Rubí lo miró arrobada. Cid vulneraba cada una de sus defensas. Destruía con su amor cada una de sus inseguridades y lograba hacerla sentir poderosa.
-Vamos a dar pelea, mi amor –susurró cerca del cuello de Cid- No nos van a separar.
Cid le rodeó el rostro con sus manos y aseguró con absoluta certeza:
-Eso no lo dudes nunca, vida mía.



Amatista no podía conciliar el sueño. Sus nervios la estaban traicionando y el sólo pensar que Ben estaba durmiendo a escasos metros de su habitación, hacía que su inquietud fuese cada vez mayor. Salió de su cuarto intentando no despertar a Marina, que por primera vez en muchos días había logrado descansar un poco.
El pasillo estaba oscuro y avanzó con cuidado para evitar tropezarse con algún mueble. Llevaba una remera larga que solía usar en verano. El otoño estaba resultando bastante caluroso para su gusto y además el embarazo la hacía sudar más de lo normal.
Bajó a tientas por la escalera y desde la ventana de la cocina pudo ver a Cid y a Rubí que conversaban en el porche del jardín posterior. Al verlos, una brillante sonrisa se dibujó en sus labios. A pesar de todo esos dos estaban perdidamente enamorados, al fin de cuentas algo bueno tenía que surgir de aquella pesadilla.
Se sirvió un vaso de agua fresca y salió sin hacer el menor ruido. El living estaba a oscuras, las siluetas de los muebles podían adivinarse gracias a la claridad de la noche. La luna y las estrellas iluminaban la sala con una luz muy tenue.
De pronto una voz que surgió de la nada, logró paralizarla.
-Yo tampoco puedo dormir. ¿Te gustaría compartir esa copa de agua conmigo?
La voz de Benjamín la sorprendió de tal manera que casi se lleva por delante uno de los sillones del lugar.
-¡Cuidado! –exclamó Ben preocupado.
Amatista agradeció que el living permaneciera en penumbras. De lo contrario Ben habría podido ver que su cara estaba absolutamente colorada. Intentando mantener la calma, se sentó en el sillón de Ágata y por fin pudo descubrir la figura del muchacho que estaba sentado en el sillón de enfrente.
-No te preocupes, estoy muy acostumbrada a tropezarme. Es un defecto de familia. –balbuceó la mujer sonrojada.
-No sólo lo digo por tu propia seguridad sino también por la de tu hija… -comentó Ben con tono grave.
Amatista apenas podía controlar sus nervios. Sin embargo suspiró de manera profunda y dijo:
-Demasiadas noticias para una sola noche. Realmente los Finke son hombres muy especiales.
-Es verdad -suspiró Ben y agregó- No sólo me entero que estás embarazada, también está el tema de tus dones…
La joven no sabía que contestar. Estaba confundida. Las palabras de Ben parecían salir de la boca de un hombre celoso.
¡Imposible! La que estaba absolutamente obnubilada por él era ella. Se maldijo en silencio.
-Ami ¿alguien te dijo el motivo por el cual regresé a Apóstoles de manera tan repentina?
Ella no se atrevió a abrir la boca. Cada vez estaba más confundida y temía decir algo que pudiera empeorar la situación.
Ben exhaló un profundo suspiro y confesó:
-Supongo que te va a parecer una locura. Pero desde el día que te conocí, no pude sacarte de mi cabeza.
Ella no podía creer lo que estaba escuchando. Simplemente comenzó a lagrimear como una adolescente.
-¿Estás ahí? –preguntó Ben avergonzado- No quise molestarte, es que…
-No estoy molesta –balbuceó Ami emocionada- Estoy sorprendida. A mi me sucede lo mismo…
Ben se quedó con la boca abierta. Sin pensarlo dos veces se levantó a tientas y se sentó al lado de la mujer que le había quitado el aliento desde la primera vez que se vieron.
-¿Es verdad lo que está diciendo? –preguntó Ben desencajado.
-¡Claro que es verdad! Pero estoy muy asustada. Tengo miedo de que pienses que somos un clan de brujas locas que…
El muchacho no le permitió continuar hablando. Le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia él con ternura.
-Shhhhhh. No creo que sean un grupo de brujas locas. Lo único que sé es que no puedo quitarte de mi mente.
La besó con cuidado pero con suma pasión. A Ami le daba vueltas la cabeza y lo único que pudo pensar era que nunca se había sentido tan a gusto en su vida. La relación que había tenido con el padre de su hija no tenía punto de comparación. Se dejó llevar por el placer y las caricias de aquel hombre que tanto la fascinaba.
De pronto la visión fue tan poderosa que apenas pudo contener un grito ahogado. Ben la miró preocupado.
-¿Estás bien?
Ella temblaba en sus brazos y sacudía la cabeza desesperada.
-¡Ya llegaron a Buenos Aires Ben! Vienen por Rubí. ¡Tenemos que hacer algo! Ya no nos queda tiempo.



La Piedra Sagrada






1 comentario:

MIMOSA dijo...

Qué romántico ha resultado ser este capítulo! Ainsssss!!!Lo que daría yo por una noche a la luz de la luna!!!

Pero que inoportuna la visión de Amatista en ese momento tan preciso, ¡por Dios!

Besitos linda flor!!!