03 octubre, 2011

Capítulo 59 "Mujeres peligrosas"

La joven se deslizaba por los pasillos de la gran estancia como si su cuerpo flotara en el aire. Tenía 25 años y su grácil figura era esbelta y casi etérea. Aunque el ocaso cubría de sombras cada uno de los rincones del lugar, ella conocía a la perfección todos los secretos de aquella casa. Junto con el resto de las sacerdotisas había llegado allí desde pequeña y su educación había estado a cargo de las damas mayores. Algún día la nueva generación de Guardianas iba a tener que tomar su lugar,  y era su obligación estar a la altura de las circunstancias.
Todas pensaban que Aldonza era la candidata para suplantar a Jean, no sólo por capacidad sino también por templanza. Sin embargo Cordelia, Francina y ella misma, si continuaban esforzándose lograrían obtener una buena oportunidad.
La llamada que había recibido unos minutos atrás la tomó por sorpresa. Nunca imaginó que tendrían tan pronto la posibilidad de poner en práctica muchos de los aprendizajes hasta ese momento asimilados.
La sala principal donde las Guardianas solían reunirse antes de la cena estaba en el último piso del chalet. La vista desde allí era maravillosa. El castillo del príncipe de Liechtenstein podía apreciarse en toda su magnitud. Era una construcción medieval que con el tiempo había sufrido unas cuantas reformas. Era una de las atracciones más visitadas por los turistas que llegaban a Vaduz. Vivir allí era como transitar la historia de un cuento antiguo.
A pesar de que la ciudad estaba ocupada por cientos de instituciones bancarias y tiendas de moda internacional, los restaurantes y los viñedos mantenían la encantadora tradición medieval del principado.
Antes de tocar a la puerta, respiró con profundidad. Los nudillos de su pequeña mano apenas rozaron la centenaria madera.
La voz de Therese le ordenó entrar. Las cuatro mujeres estaban sentadas alrededor de una pequeña mesa redonda que se ubicaba cerca del ventanal. Estaban jugando un antiguo juego de naipes que les permitía distraer su atención al menos un rato. Los poderes que estas mujeres poseían solían dejarlas exhaustas y sólo las pequeñas diversiones lograban que sus mentes pudieran encontrar un poco de paz.
Nunca se animaban a admitirlo en voz alta, pero ellas muchas veces habían experimentado la sensación de verdadero temor. Las Guardianas eran mujeres muy ancianas y en varias oportunidades los poderes llegaban a controlarlas a ellas. Todavía nadie había podido olvidar el terrible episodio con las damas portuguesas…
Clarencia dejó las cartas sobre su regazo y la miró con curiosidad.
-¿Qué sucede, Agustine?
La joven respondió manteniendo la mirada baja.
-Señora Clarencia, he recibido una comunicación desde Valdivia.
Las ancianas se agitaron levemente en sus sillas y permanecieron en silencio a la espera de más información.
-La dama Rosa Pietra quería comunicarles que durante la reunión del Clan se han tomado ciertas decisiones que están vinculadas a nuestro servicio.
Edana clavó su oscura mirada en el rostro de la joven. Su voz sonó amenazante.
-¿Rosa Pietra te informó de qué se trataba exactamente?
Agustine sintió que el cuerpo se le encogía. La voz de esa mujer le erizaba la piel. No había una gota de piedad en aquel tono duro y altivo.
-Me temo que no, Señora Edana. Sólo mencionó la palabra “elegidas”. Agregó que ustedes iban a saber apreciar lo que eso significaba. Dijo que en cuanto regresara a Milán, ella misma se ocuparía de ponerlas al tanto de la situación.
Las mujeres se miraron entre sí y apenas podían contener la excitación que experimentaban en ese momento. Fue en ese preciso instante que las luces de la sala comenzaron a parpadear. Agustine comenzó a marearse y casi no podía respirar. Le zumbaban los oídos y con desesperación intentó aferrarse al mueble que encontró más cercano.
La voz de Jean retumbó en toda la habitación.
-¡Señoras por favor! ¡Contrólense! ¡Van a matar a esta niña de un susto!
La espesa energía que había asfixiado al lugar fue desapareciendo poco a poco. Agustine que estaba pálida como la cera fue asistida por Clarencia que la acompañó gentilmente hasta la puerta.
-Gracias por traer tan importante recado. En un momento vamos a bajar para cenar.
Agustine no pudo emitir ninguna palabra. Una vez que estuvo afuera de aquella habitación sintió que la sangre volvía a circular por sus venas. Se apoyó contra una de las paredes del pasillo y trató de recuperar la respiración. Su mente no podía dejar de pensar en lo que había sucedido allí dentro. Estaba realmente asustada y sin saber qué hacer.
“Espero que nunca me vea obligada a tener que enfrentarme a ellas –pensó la joven con terror- ya que de ser así mi vida se apagaría tan rápido que no tendría la menor oportunidad de supervivencia…”


La tarde caía lentamente en Cariló. El clima estaba comportándose de maravillas y el sol brillaba tibio en el horizonte. La brisa era muy leve y la gente animada por el buen tiempo salía a caminar por el centro. Una de las heladerías más tradicionales estaba colmada de clientes. El lugar era muy especial. Toda la construcción estaba hecha en base a troncos muy antiguos y la decoración se basaba en piedras asimétricas de distintos orígenes. Laja y granito se combinaban de una forma muy particular y bella. Unas enormes sombrillas cobijaban unas 10 mesas que estaban ubicadas en la parte exterior del lugar. Completaba la decoración una vegetación rústica en base a palmeras pequeñas.
Cid, Rubí y Jade estaban allí desde hacía más de media hora. Esta era la segunda ronda de helados que probaban.
Las chicas no podían dejar de admirar la capacidad de Cid para comer los helados con tanta rapidez. El muchacho advirtió las miradas cómplice de las jóvenes y con una sonrisa picara trató de justificar su apetito voraz.
-No me miren así… ¡Estos helados son muy ricos!
Rubí y Jade al unísono lanzaron sendas carcajadas. Rubí con ternura limpió un poco de crema que manchaba graciosamente la punta de la nariz de Cid. Ese pequeño gesto de amor, desarmó por completo al muchacho que se quedó mirando a Rubí con una sonrisa exultante en la cara.
-¡Por favor! –advirtió graciosa Jade- ¡No se pongan románticos en mi presencia! Se los voy a agradecer eternamente.
-No te quejes –respondió Rubí con ironía- ¿No me acusaste toda la vida de no tener una gota de dulzura en mi cuerpo?
-Y era verdad… Hasta que apareció este… este…
Rubí y Cid la miraron con sorna. Estaban esperando con ansiedad la denominación que Jade iba a otorgarle a Cid.
-Estoy esperando, Jade –gruñó Cid sin dejar de saborear el helado.
-¡No me apuren! –protestó la joven tratando de ganar tiempo- Eras una insensible, hasta que apareció este encantador, gentil y guapo chico misionero.
-¡Gracias Jade! No esperaba tantos elogios de tu parte. –dijo Cid complacido.
-Bueno, tampoco es para que se te suba el ego a la cabeza Tu hermano es mucho más lindo. La tía Amatista…
Y antes de continuar con el comentario prefirió cerrar la boca y refugiarse en un silencio piadoso. Rubí sin embargo no optó por la misma actitud.
-¡Es increíble lo que ocurrió con ellos! –exclamó sorprendida.
Cid la miró de reojo y dijo:
-¿Es muy diferente a lo que nos ocurrió a nosotros dos?
Rubí se quedó callada pensando. Después de reflexionar un instante agregó:
-Es verdad. No es diferente a lo que nos ocurrió a nosotros dos. Es como si un rayo te cayera en el medio de la cabeza y te partiera la vida en un: antes y un después. Y no es que antes no hubiese vida. La había y era bastante divertida. Sin embargo ahora nada sería igual si no estuvieras aquí.
Cid apenas podía contener la necesidad de arrojarse sobre Rubí y cubrirla de besos. Sólo la presencia de Jade lo mantenía a raya. Todo lo que había dicho esa pequeña mujer lo dejaba sin aliento. Cada palabra, cada gesto los tenía grabados a fuego en su corazón. Estaba perdido y lo peor era que nada iba a ser fácil. Todo lo contrario.
Su chica era tan especial…



El viaje de regreso a Argentina las había dejado exhaustas. En especial el tramo de Valdivia a Santiago que debieron hacerlo por tierra. El vuelo fue relativamente corto pero el nuevo traslado desde la Capital hasta Cariló también consistió en horas y horas de viaje en ómnibus y para Ágata todo ese movimiento era demasiado.
Ninguna de las dos había hecho ningún comentario con respecto a la forma en que había terminado la reunión. Era demasiado doloroso para ambas y aún no sabían como reaccionar. La relación de Rubí con Cid era un problema que debían solucionar desde antes del concilio, pero los graves acontecimientos devenidos de la reunión, convertían a ese tema en una situación casi secundaria. Estaban desoladas y sus mentes apenas podían procesar la decisión que se había tomado en Valdivia y que pesaba sobre la vida de Rubí.
Eran más de las 11 de la noche cuando el taxi las depositó en la puerta de su casa en Cariló. Las luces de living estaban encendidas, el resto de la casa permanecía en total oscuridad. Mientras recorrían el sendero, Marina no pudo contener un ahogado sollozo que motivó a Ágata a acercarse a su hija y a abrazarla con ternura
Rodearon la entrada principal y decidieron ingresar por el jardín posterior. La cocina estaba a oscuras y sólo se escuchaba el sonido del televisor del living. Cuando abrieron la puerta, la única que estaba recostada en el sillón principal era Amatista.
La joven al ver a su madre y a su hermana mayor corrió velozmente a saludarlas. Las tres se estrecharon en un abrazo interminable. Estaban unidas por un lazo indestructible. Funcionaban como un bloque compacto y resistente. Después de tranquilizar un poco la ansiedad que habían acumulado durante esos días, se acomodaron en los sillones de la sala.
Amatista sirvió unas tazas de té y se sentó esperando que le contaran las novedades del viaje.
-¿Y las chicas? –preguntó Marina preocupada.
-Esmeralda hace rato que duerme y Rubí y Jade fueron a cenar al hotel de Cid.
Ágata y Marina se miraron con preocupación. Amatista observó ese gesto y dijo en tono de disculpa:
-Recuerdo que me pidieron que Rubí no salga de la casa. Pero no me pareció nada peligroso que las dos vayan a cenar con Cid. Es un chico muy cuidadoso y me prometió traerlas de vuelta antes de las 12.
Ágata tomó la palabra y sin mirar a Marina que continuaba con los ojos enrojecidos por las lágrimas dijo:
-Hija, nuestro temor está ligado a otro tema. Han sucedido ciertas cosas que nos van a obligar a cambiar bastante nuestros hábitos.
La voz de Ágata era pausada y con un dejo de cansancio, que demostraba lo fatigada que estaba no sólo a nivel físico sino también a nivel mental. Con un relato preciso y contundente se encargó de informarle a su hija menor la grave situación en la que se encontraban.
-¿Rubí es una de las elegidas? –exclamó Amatista con horror.
-Si, Ami. Su condición de nacimiento de origen puro la ubicó junto con Ámbar Pierre en esta situación determinante.
-Pero mamá… -musitó la joven- ¡Hace siglos que no se pone en práctica el ritual de concepción forzada!
-Lo sé, querida. Sin embargo Zafiro Pedra argumentó que a pesar de buscar una solución diferente para nivelar el desgaste energético del Clan, no pudo encontrar un camino más efectivo que ese.
-¡Es una situación más que traumática! Rubí sólo tiene 17 años y apenas es una jovencita…
-Para las leyes del Clan, todas nosotras cumplimos la mayoría de edad a los 16 años.
-¡Pero esa concepción corresponde a las ideas medievales de nuestros antepasados! –protestó Amatista furiosa.
Marina que hasta ese momento no había pronunciado palabra, le tomó la mano a su hermana y le dijo angustiada:
-Tengo mucho miedo Ami… Si nos negarnos, temo que algo grave le suceda a Rubí.
Amatista no podía creer lo que estaba escuchando. Apretó con fuerza la mano de Marina y mirando a su madre preguntó:
-Mamá ¿Quiénes tratarían de dañar a Rubí?
La anciana desvió la mirada por un momento y con preocupación dijo:
-Temo que la Guardia Sagrada se involucre personalmente en este tema.
Amatista lanzó un grito de desazón y se cubrió la boca con las manos. Su mente se oscureció totalmente y de pronto las vió.
La imagen de las dos jóvenes damas portuguesas arrojándose alucinadas, desde el risco más elevado de la finca de Vaduz…



Saboreando helados





1 comentario:

MIMOSA dijo...

Tengo una pregunta: ¿Por qué el Clan no ha previsto que las guardianas van envejeciendo y a la par van formando la cantidad necesaria de nuevas guardianas? ¿O las guardianas nunca mueren? Me ronda esa duda por la cocorota!
Pero esa jovencita, Agustine, seguramente tendrá que ser una pieza clave en todo este embolado, pues le dedicas su espacio.
Un heladito please!!!
Que poco me gusta andar de jueves en medio de una parejita!!! Ja,ja,ja
La hostia!!! Las tiran por un risco si no obedecen???¡¡Qué fuerte!!!