20 noviembre, 2011

Capítulo 90 "Final"

Los niños del lugar habían comenzado a bailar alrededor de las enormes fogatas que se erigieron a lo largo de la playa. Hombres y mujeres ataviados con ropas tradicionales cantaban y brindaban en nombre del Santo Patrono.
Era una noche de fantasía y el pueblo en su totalidad celebraba aquella tradicional festividad. El límpido cielo era una bóveda azul oscura, salpicado por millones de estrellas que semejaban pequeños faroles dorados. Apenas una suave brisa recorría la costa y la temperatura era muy agradable. Parecía que el verano se había adelantado unos cuantos meses.
-Prinzessin…
Al escuchar la voz profunda de Cid, Rubí supo que aquella iba a ser su noche. Había esperado ese momento desde la primera vez que lo había visto en aquella playa en Cariló. Lo deseaba de una manera irracional y lo amaba más allá de toda lógica. Carecía de cualquier experiencia anterior y sin embargo ahí estaba disfrutando de su sueño sin perder nunca la lucidez.
Desde que había conocido a Cid, Rubí sabía que era una verdadera mujer. Se sentía plena y sensual y cada vez que estaba a su lado, le vibraba cada centímetro del cuerpo.
El ventanal de la habitación tenía vista al mar. Las llamas de las fogatas iluminaban la costa y el sonido del las olas se percibía suave y lejano. Esa imagen estaba contemplando Rubí cuando escuchó la voz de Cid, que mientras pronunciaba aquella tierna palabra, la tomaba desde atrás y la envolvía con sus fuertes brazos.
-Prinzessin…
Ella giró lentamente y se encontró con los ojos de él que la miraban con intensidad. Le rodeó el cuello con las manos y acercando sus labios a la boca de Cid, susurró:
-No tengas miedo…
Cid sonrió alucinado. Precisamente en eso estaba pensando. Su deseo se debatía entre la pasión y el temor a lastimarla. Adoraba a esa pequeña mujer y lo único que pretendía era hacerla feliz.
Sin decir una sola palabra, alzó a Rubí entre sus brazos y la llevó hasta la cama. Su movimiento fue tan suave y seguro que Rubí apenas pudo tener conciencia de lo que estaba sucediendo.
El muchacho comenzó a acariciar la suave piel de Rubí. El aroma de su cuerpo y el calor que despedía lo hacían delirar.
Cid suspiraba con intensidad y Rubí apenas podía controlar los gemidos que escapaban de su boca. Cada caricia de Cid provocaba en la muchacha una oleada de temblores que la obligaban a arquearse como la cuerda de una guitarra.
El vestido de Rubí yacía en el suelo. Su desnudez le provocaba placer y al ver la reacción de Cid se sentía inmensamente poderosa. Con dulce decisión se atrevió a desabrocharle cada uno de los botones de la camisa. Lo hizo con deliberada parsimonia. El pecho del joven estaba agitado y urgido por el deseo, la cubrió con todo su cuerpo obligándola a recostarse sobre las suaves sábanas.
La piel de Rubí se erizaba con el sólo roce de los dedos de Cid sobre su cuerpo.
Pasaron horas descubriendo los placeres que el amor les regalaba. Las caricias se multiplicaban y los besos se tornaban cada vez más ardientes. Llegó un momento en que ninguno de los dos fue capaz de resistir semejante frenesí.
Él se hundió suavemente en su cuerpo y ella creyó que definitivamente iba a perder la razón. El vaivén acompasado de sus vientres era semejante a dos instrumentos musicales que interpretaban una melodía perfecta.
Ya no hubo espacio para los temores, mucho menos para la razón. Ambos estaban presos de un impulso arrebatador.
Rubí abrió los ojos y miró a Cid. Sonrió de placer. Ver al hombre de su vida gozar con tanta intensidad le provocaba un éxtasis hasta ese momento desconocido.
Se quedaron abrazados un largo rato. Estaban unidos, pegados, enlazados, absolutamente conectados. A partir de ese momento comprendieron, que nada ni nadie los iba a poder separar.
Cid se incorporó lentamente y observó embelesado a la joven mujer que yacía a su lado. Con ternura, el muchacho acarició la frente de Rubí que estaba perlada de sudor. Su voz fue casi un susurro:
-¿Estás bien?
Los ojos de Rubí se encendieron como dos brasas ardientes.
-Estoy en el cielo…


Los párpados se abrieron con lentitud. Sus pupilas confusas eran incapaces de descifrar ninguna imagen. Apenas distinguían difusos contornos y figuras borrosas. El sonido de voces cercanas llegó unos segundo después. Primero fueron murmullos, luego se transformaron en tímidas exclamaciones de algarabía. Finalmente el rostro de una mujer se fue definiendo con precisión. La voz era dulce y amable.
-¿Cómo se siente?
Quiso responder pero tenía la garganta reseca. La mujer le alcanzó un vaso con agua. Bebió varios sorbos con avidez. Ahora se sentía mucho mejor. Las voces volvieron a murmurar a su alrededor. Como no podía recordar la última vez que había estado conciente, al hablar, el tono de su voz le resultó casi desconocido.
-¿Dónde estoy?
La respuesta de la mujer la dejó desconcertada.
-Usted está en el convento de las hermanas de la Caridad.
Aquellas palabras obraron como una especie de bálsamo sanador.
-Hace casi una semana que se encuentra aquí.
La información iba ingresando en su cabeza en cuentagotas y trataba desesperadamente de hacer encajar en su mente las piezas de aquel confuso rompecabezas.
-¿Puede recordar su nombre? –preguntó la mujer que la interrogaba.
Una sonrisa radiante se dibujó en sus finos y ajados labios. Existían muchas cosas que aún no podía precisar. Cientos de agujeros negros poblaban su memoria. Pero algo permanecían muy claro en su interior. Y precisamente allí, radicaba su increíble fortaleza. Jamás en su vida, podría llegar a olvidar quien era.
-Mi nombre es Edana Kairos. –respondió con simulada modestia –Y espero poder agradecerles como corresponde el haber salvado mi vida. Ya me encargaré de hacerlo.
“No tengan la menor duda de ello…” pensó la guardiana con malicia, antes de volver a caer en un profundo sueño.



                                                                               FIN






Un agradecimiento especial para toda mi familia y mis amigos, que me apoyan de modo incondicional y a cada uno de ustedes que de manera estupenda me han acompañado en esta increíble aventura.
Ojalá se hayan entretenido tanto como yo.
Un beso enorme para todos.
Bee Borjas.-
Buenos Aires, 20 de Noviembre del 2011

16 noviembre, 2011

Capítulo 89 "Deuda de Honor"

Marina Roccia y Claus Finke se despidieron en Buenos Aires. Claus y Callan debían regresar a Apóstoles, ya que allí estaba su vida y desde hacía mucho tiempo la tenían completamente abandonada.
-Gracias por todo Claus, tu familia nos ha salvado la vida –expresó Marina agradecida.
-Te guste o no, nuestras familias ya establecieron un lazo difícil de desatar… -dijo Claus con una sonrisa en los labios.
Marina también sonrió.
-Eso es verdad, estimado suegro.
Claus lanzó una sonora risotada y estrechó a la mujer entre sus brazos.
-Quiero que le digas a Ágata que estamos en permanente contacto.
-Quedate tranquilo, ella estará de vuelta en los próximos días. Seguramente van a poder hablar más relajados.
-Tu madre es una gran mujer.
-Lo sé, Claus.
-Cuídense mucho. –advirtió Claus y mirando a su hijo agregó -¿Me escuchaste Ben?
-Sí, papá.
-¿Cuándo vas a volver a Misiones?
Ben miró a Marina y con las mejillas algo ruborizadas respondió:
-Voy a quedarme un par de días en Cariló y espero llegar a casa el lunes próximo.
-Bien, porque hay demasiadas cosas por resolver en casa y te necesito allí conmigo.
-Ok.
Callan abrazó a Marina de manera afectuosa.
-¡Te voy a extrañar Marina!
La mujer conmovida dijo:
-Yo también, Callan… Y creo que no es necesario recordarte que puedes venir a Cariló cuando quieras.
-Lo sé. –y agregó con picardía -¡Es increíble! La familia Roccia tiene un efecto devastador sobre los Finke.
Todos rieron con ganas. Marina sin soltar a la chica le susurró al oído:
-Gracias a tu valentía, ahora no sólo tengo tres hijas… Quiero que sepas que acabo de adoptar una cuarta. Es una chica preciosa, que tiene los ojos más hermosos del mundo.
Callan sintió que la emoción le ahogaba las palabras. De pronto pensó en su madre. Quizás ella desde el cielo también estaría emocionada. Marina era una buena mujer y Callan sabía que podría contar con ella para siempre.


El viaje a Cariló se concretó sin ningún inconveniente. Ben resultó ser un estupendo conductor y Marina descubrió que a pesar de estar sólo, Claus estaba educando a sus hijos de manera maravillosa.
-Me gustaría hacerte una pregunta, Ben.
-Te escucho, Marina.
-¿Cómo es posible que ninguno de ustedes haya huido de nosotras? Tenemos muy en claro que nuestra historia es muy particular.
Ben se tomó unos minutos antes de responder.
-No voy a mentirte, Marina. En un principio pensé que Cid se había vuelto loco.
-¡Es natural!
-Pero cuando por fin pude conocerlas, mi opinión cambió radicalmente. Creo que en definitiva todos somos seres especiales y que de alguna manera y por algún motivo que todavía desconozco, el destino se ha empeñado en relacionarnos.
Marina miró al muchacho emocionada. Sin duda esos chicos eran personas muy piadosas y no juzgaban a la gente por su condición.
No bien estacionaron la camioneta en la vereda, Esmeralda bajó corriendo por el sendero que salía de la casa. La nena sonreía con alegría y sus deslumbrantes ojos verdes iluminaban todo lo que miraba. Se abrazó a su madre con felicidad.
Jade y Amatista llegaron unos segundos más tarde. Las cuatro mujeres quedaron atrapadas en un abrazo de amor. Ben, que estaba apoyado sobre la camioneta miraba arrobado aquella conmovedora escena.
Mientras Jade y Esmeralda ayudaban a Marina a llevar el equipaje, Amatista se acercó a Ben lentamente. El muchacho miró a aquella mujer con detenimiento. Estaba más bella que nunca. Ella se turbó al percibir la intensa mirada de Ben. Con paso titubeante llegó hasta él. Estiró su mano derecha y aferró con dulzura la mano de Ben.
-Estoy muy feliz de verte…. Creí que te ibas a Apóstoles junto con tu familia.
Ben se acercó más a Ami y con la mano que tenía libre, le arregló un mechón del cabello que caía sobre la frente de la joven. Le besó con ternura la mejilla y dijo:
-Tengo que resolver algo muy importante en Cariló.
Ella bajó la vista y preguntó con pudor:
-¿Puedo ayudarte en algo?
A Ben se le dibujó una esplendida sonrisa en los labios, tomó de la cintura a Amatista y acto seguido comenzaron a subir por el sendero que los llevaba hasta la casa Roccia.


Hermosos tulipanes decoraban primorosamente la entrada de la pequeña casa. Eran casi las 4 de la tarde y el sol primaveral iluminaba con calidez el sencillo jardín. Ágata Roccia había llegado a Gibraltar poco después de las 12 del mediodía y después de tomar un ligero refrigerio fue recogida por el chofer del Clan que la estaba esperando en la puerta de la posada.
La anciana dama estaba cansada, pero aquel último viaje bien merecía el esfuerzo. Tenía una deuda de honor y debía pagarla.
Cuando descendió del automóvil, una mujer alta y robusta la estaba esperando en la entrada de la casa. Su rostro franco y amable, la recibió con una esplendida sonrisa.
-Bienvenida, señora Ágata. –y estrechándole la mano a la anciana dijo -Mi nombre es Gunilla Janssen.
-Un gusto conocerla, Gunilla.
Después de despedir al chofer, ambas mujeres ingresaron al jardín. Recorrieron el sendero de piedras que comunicaba con la entrada principal de la casa. De pronto Ágata la vió. Sonrió con ternura. A pesar de los años transcurridos Berilo Rots seguía manteniendo la distinción que siempre la había caracterizado. Sus cenicientos cabellos estaban trenzados y llevaba puesto un vestido floreado que le daba color a sus pálidas mejillas.
Se tomaron de las manos y después de mirarse mutuamente un par de segundos, ambas se confundieron en un cariñoso abrazo. Emocionada, Gunilla Janssen desvió la mirada y se retiró en silencio por la puerta de atrás.
-Adelante, querida Ágata. –dijo Berilo Rots con cordialidad.
Pasaron más de dos horas conversando. Demasiado años habían pasado sin que ninguna de las dos hubiera tenido noticias de la otra.
-Gracias por todo. Quiero que sepas que voy a estar en deuda contigo toda mi vida.
Berilo sonrió de manera cansada y dijo:
-No podía permitir que otra familia atravesara el infierno que aún hoy debo transitar. Hubiese sido muy mezquino de mi parte.
Ágata la contempló con admiración. A aquella mujer le habían quitado lo único que amaba en su vida, sin embargo su solidaridad y generosidad no conocía de límites.
-No es mi intención hacerte daño, pero quiero comentarte que hemos decidido junto con Zafiro Pedra reabrir la causa de tu hija Esmeralda.
Berilo Rots miró a Ágata con ojos angustiados.
-No pierdan tiempo en algo que no tiene solución. Esmeralda no existe hace mucho tiempo. Se esconde tras el nombre de Lavinia Rots y yo debo respetar su deseo.
-Escuchame, Berilo. Quizás ella nunca haya acabado de recuperar la memoria o algo mucho peor. Quizás aún piense que las Guardianas están a su acecho y por ese motivo prefiere estar oculta.
Berilo no pudo contestar. Las lágrimas corrían por sus mejillas y apenas podía mantenerse en calma.
-Por favor Berilo, necesitamos contar con todo tu apoyo. El Clan tiene una enorme deuda con tu familia y debe hacerse cargo de la misma.
-Es muy peligroso remover el pasado, Ágata. Además Edana ha desaparecido y ella es la persona a la que más temía mi pobre Esmeralda.
-No te preocupes por Edana, toda la policía suiza está tras sus pasos. Tarde o temprano van a capturarla. A pesar de todo es una mujer tan vieja como nosotras ¿No es así? –ironizó Ágata con complicidad.
Berilo sonrió dulcemente.
-¡Ella es más vieja que nosotras! –exclamó la mujer risueñamente.
Se volvieron a tomar de las manos y permanecieron un rato en silencio. Las dos conocían perfectamente los riesgos que iban a afrontar si decidían retomar la búsqueda de Esmeralda. Más de 20 años de silencio las separaban de su noble objetivo. Pero Ágata Roccia estaba determinada. Era su misión devolverle a Berilo la vida que tan brutalmente las Guardianas le habían arrebatado.



Agata

15 noviembre, 2011

Capítulo 88 "Dos hermanas"

El Aeropuerto Internacional de Suiza fue el lugar donde se reunieron las diferentes representantes del Clan para viajar a sus respectivos países. Los trágicos acontecimientos en la carretera de Vaduz aún permanecían en la retina de cada una de las damas. Zafiro Pedra se había hecho cargo del cuerpo de Clarencia y las autoridades del principado todavía no tenían novedades con respecto al paradero de Edana.
-¡Les dije que esa mujer me miró con ganas de asesinarme! –exclamó Callan aterrorizada.
Claus abrazó a su hija y dijo:
-Espero que la policía la encuentre pronto.
Marina Roccia se había unido al grupo unos minutos antes. Apenas había podido refrescarse un poco en el baño del aeropuerto y se había cambiado la ropa que estaba manchada con la sangre de Clarencia. Ópalo Pierre se ofreció para acompañarla. En un principio ninguna de las dos mujeres hizo comentario alguno. Ópalo se encargó de arrojar la blusa ensangrentada en un cesto y ayudó a Marina a buscar alguna prenda dentro de su bolso de viaje.
-Espero que la próxima vez que nos encontremos sea en circunstancias más agradables… -susurró Ópalo con timidez.
Marina la miró directamente a los ojos.
-Opino lo mismo. Ojalá que las tragedias que enfrentamos nos ayuden a reflexionar y a poner nuestros egos en el lugar que corresponde.
La velada acusación de Marina provocó un ligero rubor en la cara de Ópalo Pierre.
-La misma honestidad brutal que tu madre. –afirmó la dama de manera mordaz.
-No fue mi intención ofenderte, Ópalo. –aseguró Marina con desgano.
Azabache Felsen y Diamante Stein tomaron el vuelo que las llevaba de regreso a Alemania. Antes de abordar la nave, le prometieron a Celestina Rocher mantenerse en permanente contacto. Aún quedaban muchas cosas por resolver en el seno del Clan.
Ópalo Pierre se unió a su nieta Ámbar que la estaba esperando en una de las cafeterías del aeropuerto.
-¿Marina ya está recuperada? –preguntó la joven con curiosidad.
-Eso creo. Por lo pronto ya pudo cambiarse de ropa.
Ámbar hizo un gesto de espanto y preguntó:
-¿Pudiste averiguar donde está Rubí?
Los ojos de Ópalo se ensombrecieron. La nieta de su histórica rival había huido y el Clan todavía no se había expedido al respecto. Semejante actitud aún no contaba con el castigo correspondiente.
-No.- respondió la mujer de manera lacónica.
Mientras Callan y Ben se entretenían recorriendo el freeshop, Claus Finke invitó a Marina Roccia a tomar un café.
-¿Estás mejor? –preguntó Claus con interés.
Marina bebió un largo sorbo de café y sonrió amargamente.
-Es extraño. Por un lado estoy tranquila porque todo esto está acabando y por otra parte la muerte de Clarencia me provoca un sentimiento de peligro inminente.
Claus estiró su mano y palmeó con suavidad el hombro de la mujer.
-Ustedes son mujeres muy valientes.
Marina volvió a sonreír, esta vez sus ojos delataban un brillo especial.
-¿Hablaste con los chicos? –preguntó ansiosa.
-Si. Hablé con Cid hace una hora. Ambos estaban muy preocupados, pero ya me encargué de tranquilizarlos.
-¡Extraño tanto a mis hijas! –gimió la mujer con tristeza.
-No te preocupes Marina, pronto vamos a volver a estar todos juntos.
Ella lo miró con ojos agobiados.
-Me temo que por el momento van a tener que permanecer ocultos.
Claus le devolvió una mirada preocupada.
-Hasta que el Clan no se expida con respecto a la huida de Rubí, es mejor que los chicos estén lejos de casa.
Las lágrimas brotaron de manera instantánea. Claus volvió a acercarse a la mujer.
-Por favor, no llores…
-Rubí tiene 17 años. Nunca ha estado lejos de nosotras.
Claus apoyó su mano sobre el brazo de Marina y dijo:
-No te preocupes, Marina. Confío en mi hijo y sé que va a cuidarla.
Marina esbozó una leve sonrisa y aseveró:
-¡Esos dos están más que enamorados! Nunca había visto a mi hija tan determinada. Parece una mujer adulta.
Claus lanzó una carcajada y agregó:
-¿Y Cid? Creo que el último vestigio de razón que le quedaba lo perdió en Ezeiza cuando se separaron de nosotros.
Estaba decidido a enfrentar a los sacerdotes en caso de que descubrieran el reemplazo de Rubí.
Callan y Ben se unieron a la mesa. La jovencita arrastraba unas cuantas bolsas de compras.
El padre la miró de manera reprobadora.
-No te enojes, papá. Necesitaba distenderme con cosas más terrenales.
Todos comenzaron a reír ante el comentario hilarante de Callan.
Marina miró a la muchacha y guiñándole un ojo aseguró:
-Me parece muy bien, Callan. Demostraste ser una chica muy valiente.
-¡Por favor, Marina! ¡No la halagues más! Se va a poner más insoportable de lo que ya es… -exclamó Ben alarmado.
-Si, claro… -protestó la jovencita con desdén.
Por los altavoces del aeropuerto anunciaron el vuelo que tenía escala en Madrid y luego los llevaría de regreso a Argentina.
El retorno a casa estaba por comenzar. Todos estaban ansiosos por reencontrarse con sus familias. Aunque un pequeño sabor amargo les opacaba la alegría. Parte de sus seres queridos permanecían en Europa y aún no sabían con exactitud cuando el destino iba a volver a reunirlos.


Cobijada por la calidez de la luz dorada y bajo la armónica influencia de las piedras, Zafiro Pedra redactaba el comunicado que iba a entregarles a los gobernantes del mundo. Después de su llegada a Portugal, la Jefa Suprema del Clan había dispuesto un sistema de seguridad de alta tecnología que se ocupaba de custodiar las piedras de Ágata Roccia y de Berilo Rots las 24 horas del día. Una caja de cristal blindado protegía el tesoro del Clan. Dicha caja se hallaba ubicada en el escritorio de Zafiro. Mientras Zafiro escribía el memorando, la energía positiva de las piedras la imbuía de un equilibrio y de una sensación de serenidad imposible de igualar.

“En nombre del Clan de las Piedras quiero comunicarles que hemos encontrado un nuevo camino para ayudar a la estabilidad mundial. Fue tan eficaz nuestro particular descubrimiento que de hecho ya me han llegado noticias sobre las futuras reuniones que se concretarán con el fin de logar un mayor entendimiento entre todas las partes y que impulsarán a los responsables de los países de nuestro bendito universo, a mejorar la calidad de vida de todas las personas, sin excepción de razas, culturas y credos.
Si bien las damas de nuestro amado Clan estamos dispuestas a continuar con nuestra milenaria tarea, es absolutamente necesario que los seres humanos aspiren a lograr el equilibrio emocional como consecuencia de una decisión personal.
Los hombres y las mujeres del mundo deben hacerse cargo de sus responsabilidades y dejar de lado sus miserias en pos de un futuro común de plenitud y buenaventura.
La renovada energía de nuestro Clan debe alentarlos y servirles de continua inspiración. El sigo XXI debe encontrarnos unidos y con el afán de lograr un progreso hacia un nivel superior de conciencia por medio de la iluminación y el conocimiento.
Nuestra intención es ser las conductoras de las vibraciones energéticas que los ayuden a ser más piadosos y menos insensibles al dolor de nuestro prójimo. Debemos recuperar los valores que se han perdido y que nos han llevado a un estado de verdadero salvajismo.
Abrazar el honor, respetar la sabiduría y aplicarse a los deberes y derechos propios del ser humano nos ayudará a recuperar el tiempo perdido. Es nuestra obligación ofrecerles un futuro mejor a las próximas generaciones.
De nosotros depende dicho objetivo.”


El paisaje que le regalaba la Costa Brava era de ensueño. El cielo estaba más azul que nunca y una leve brisa le agitaba el chal que cubría sus brazos. Por comodidad se había recogido el cabello en un rodete que sujetaba con un broche que le había regalado su hermana muchísimos años atrás. La ansiedad le consumía los nervios. A pesar de ser una persona muy equilibrada, la situación que iba a enfrentar no tenía precedentes. Ya habían transcurrido 20 años desde la última vez que se habían visto. Cientos de canas poblaban la fina cabellera de Ágata y alrededor de sus ojos, las marcas del paso del tiempo se hacían más que evidentes.
El chofer que la trasladó hasta Pineda de Mar resultó conocer muy bien a su hermana. Su nombre era Pedro Soria y en muchas ocasiones se encargaba de llevar a Turquesa hasta el pueblo. Por orden de ella, él era el responsable de trasportarla hasta la casa de la playa.
Después de doblar una curva bastante cerrada, el corazón de Ágata comenzó a latir a gran velocidad. A medida que el coche se acercaba a la sencilla casa, miles de recuerdos afloraron en su mente y le nublaron de manera momentánea la visión. De pronto la figura de Turquesa se materializó en el cerco de la entrada. Pedro Soria detuvo el automóvil y ayudó a Ágata a descender. Ambas mujeres se quedaron paralizadas, solamente sus ojos se comunicaban con una intensidad casi sobrenatural. Ninguna de las dos advirtió el momento en que el chofer se despedía, arrancaba el automóvil y desaparecía por la ruta que lo llevaba de regreso al pueblo.
Ágata observaba a su hermana con una infinita ternura. Los ojos de Turquesa se poblaron de lágrimas y sin perder un minuto más de tiempo, las dos hermanas se confundieron en un prolongado y cálido abrazo.
-¡Cuánto te extrañé! –gimió Turquesa emocionada.
-¡No puedo creer que estemos juntas! –susurró Ágata con la voz entrecortada.
Volvieron a mirarse asombradas. Habían pasado tantos años y sin embargo ellas sentían que nunca se habían separado.
Entre las dos cargaron el pequeño equipaje de Ágata y tomadas de las manos ingresaron a la casa. Conversaron durante toda la tarde. Bebieron varias tazas de té y Ágata comió de manera golosa unas galletas que Turquesa había preparado para ella. Eran de miel y canela y la receta tenía casi 70 años. La abuela de Turquesa se la había enseñado el mismo día en que había nacido Ágata.
-Rubí y Cid fueron a entregar una carta al correo.
Ágata miró a su hermana mayor y dijo:
-¿Qué opinas de todo esto?
Turquesa lanzó un profundo suspiro y confesó:
-Esos dos chicos son tal para cual. Hacía rato que no veía una pareja tan enamorada. Convengamos que en nuestra familia el amor de pareja no es un sentimiento muy habitual…Pero viviendo aquí he aprendido a conocer cientos de casos que recorren las calles de Pineda de Mar. Y te aseguro que Rubí y Cid sienten una verdadera pasión el uno por el otro.
Ágata frunció el seño preocupada.
-Turquesa, necesito saber la verdad. ¿Ellos viven aquí como si fueran una pareja consumada?
La anciana lanzó una estruendosa carcajada y se quedó mirando a su hermana con una mueca pícara en el rostro.
-¡El pobre chico hace casi una semana que duerme como puede en el sillón del comedor!
-Eso no me garantiza nada… -murmuró Ágata entre dientes.
-Rubí respeta mucho nuestras costumbres. Te aseguro que aún no ha pasado nada entre ellos.
Ágata volvió a suspirar, esta vez un poco más calmada.
-Necesito hablar con ella. Hay cosas que todavía no se han resuelto y es indispensable que sepa lo que está ocurriendo.


Cid conducía la bicicleta a los tropezones. Rubí iba sentada detrás de él y se empeñaba en hacerle cosquillas debajo de los brazos. El muchacho trataba de no perder el equilibrio, pero cada vez se le hacía más dificultoso.
:-¡Nos vamos a matar, Rubí! –gritaba Cid a las carcajadas.
Ella se abrazaba muy fuerte a su espalda y reía con una alegría que se le escapaba por los poros. Estaba radiante. Su cabellera brillaba bajo los rayos del sol y sus mejillas estaban encendidas por el calor de la tarde. Apoyaba la cara sobre el cuerpo de Cid y adoraba sentir la respiración pausada del muchacho. Muchas veces pensaba que se estaba volviendo loca. Necesitaba con desesperación estar cerca de él y acariciarlo. La dulzura de Cid la conmovía sobremanera y cada vez que lo miraba a los ojos, sentía que se hundía en ellos sin posibilidad de escapar. Se sumergía en la calidez de sus pupilas y podía pasarse horas junto a él sin decir ni una sola palabra.
Llegaron a la casa de Turquesa a las 6 de la tarde. Cuando abrieron la pequeña puerta de entrada, advirtieron que Turquesa estaba sentada en el porche. Sin embargo esta vez no estaba sola. Rubí reconoció la figura de su abuela y salió disparada como un rayo hacia donde Ágata la estaba esperando.
Fue un momento conmovedor. La anciana dama abrazaba a su nieta y no dejaba de acariciarle la cara. Cid también se unió al emotivo encuentro. Decidieron que ya era hora de entrar y comenzar a preparar la cena.
La comida estuvo estupenda y un clima pleno de alegría invadía el ambiente. Alrededor de las 11 de la noche, Turquesa les avisó a Ágata y a Rubí que ya había preparado el cuarto para que ambas pudieran descansar.
Después de despedirse de Cid, Rubí se dirigió con rapidez a la habitación donde la esperaba su abuela. Ágata ya se encontraba acostada. La chica pegó un salto y subió a la cama donde descansaba la anciana.
-¡Cuánto te quiero, abuela! –exclamó Rubí con felicidad.
-Yo también te quiero, Rubí. –dijo la mujer acariciando la mejilla de su nieta.
-No quiero quejarme abuela, pero de verdad extraño mucho a mamá y a las chicas.
-Precisamente de eso quería hablarte.
Rubí no pudo reprimir un gesto de preocupación.
-Tu madre no vino conmigo porque prácticamente la obligué a regresar a Cariló. Amatista está llevando muy bien su embarazo, sin embargo no puede estar tanto tiempo sola a cargo de la casa y de tus hermanas.
-Eso lo comprendo bien, pero aún no entiendo el motivo por el cual nosotros no podemos volver a Buenos Aires.
Ágata suspiró profundamente y dijo:
-Han pasado algunas cosas que me obligan a tomar ciertos recaudos.
-¿Qué cosas?
-Si bien el problema de la falta de energía positiva se ha solucionado con la unión de nuestra piedra con la piedra de Berilo Rots, el tema de la prolongación de nuestra sangre sigue sin encontrar una solución adecuada. Cada vez son más las damas jóvenes que intentan desertar del Clan. Necesitamos que las nuevas generaciones estén listas para ocupar nuestros lugares, sin embargo cada vez son menos las mujeres que están dispuestas a seguir nuestro camino.
Rubí se ruborizó y un ligero sentimiento de culpa le golpeó el corazón.
-Por el momento Zafiro Pedra ha dado un paso atrás con respecto al Ritual de la Concepción…
La muchacha se quedó mirando a su abuela con la pregunta escrita en la mirada.
-No puedo asegurarte que en breve el tema vuelva a discutirse en el seno del Clan.
-Eso quiere decir…
-Eso quiere decir que tanto tu posición como la de Ámbar Pierre sigue siendo la misma.
Un escalofrío recorrió la espalda de Rubí y la hizo tiritar.
-Me temo que por el momento lo más seguro es que permanezcas aquí junto con Cid.
Los ojos de la muchacha se encendieron como dos brazas.
-¡Me niego a esconderme como si fuera una delincuente!
-Escuchame Rubí –dijo Ágata con ternura- Necesito que me concedas el tiempo suficiente como para averiguar cuales serán los pasos a seguir con respecto a este tema. Además ha sucedido algo que aún no te he contado.
Rubí trató de calmarse y fijó toda su atención en su abuela.
-Las Guardianas fueron trasladadas a Esmirna para ser llevadas a juicio. Camino al centro de Vaduz, Edana utilizó su poder en contra de Clarencia para poder escapar.
-¿Y qué sucedió?
-Edana logró escapar. La policía suiza aún la está persiguiendo.
-¿Y Clarencia?
Ágata sintió que la mirada se le ensombrecía. El tono de su voz descendió hasta convertirse en un susurro.
-Clarencia murió al arrojarse del automóvil.
Rubí se quedó sin palabras. Estaba horrorizada.
-Edana provocó el accidente y aprovechó el momento de confusión para huir de allí.
-¿Entonces?
-No sabemos que puede llegar a planear. De lo que estamos seguras es de que es capaz de hacer cualquier cosa. Lo siento Rubí, no puedo arriesgarme a que te encuentre. Pineda de Mar es el lugar más seguro.
Rubí se quedó callada. Sin decir nada, se acercó más a Ágata y se recostó a su lado. Parecía un pequeño ovillo de lana. Ágata la cobijó entre sus brazos y la cubrió con una manta. Esa noche las dos iban a dormir juntas, como cuando Rubí era pequeña. Sin embargo las cosas habían cambiado demasiado. Rubí ya no era una niña y lo que estaba en juego en ese momento, era la seguridad de su propia vida.



Agata y Turquesa

13 noviembre, 2011

Capítulo 87 "Furia asesina"

La caravana de vehículos que abandonaba Vaduz era numerosa. Las jóvenes sacerdotisas habían partido hacia Portugal media hora antes. Las encargadas de guiarlas hasta su nuevo destino eran Jaspe y Coral Pedra.
Aldonza, Agustine, Cordelia y Francina intentaron despedirse de las Guardianas pero las cuatro mujeres se negaron de plano.
Las muchachas novatas permanecían en la residencia de la Guardia Sagrada bajo la tutela de los sacerdotes a la espera de que sus familias pasaran a recogerlas. Cada una de ellas debía regresar a su respectivo hogar y aguardar las órdenes del Clan.
Por su parte, Marina Roccia viajaba junto con Alina Gestein hacia Zurich con el objetivo de reunirse con la familia Finke y de allí emprender el regreso a Argentina. Viajaba sola, ya que a último momento Ágata había decidido retrasar unos días su retorno a Buenos Aires.
Celestina Rocher y Azabache Felsen eran las responsables de trasladar a Jean y a Therese hacia el centro de Vaduz.
El auto de atrás era conducido por Cuarzo y Citrino Gestein que viajaban junto a Clarencia y a Edana. Cerraba la fila la camioneta que estaba a cargo de Diamante Stein con la compañía de Rosa y Alejandrita Pietra.
Todas tenían un destino en común. Debían llegar hasta Vaduz y de allí tomar el tren que las llevaría hasta Zurich. A partir de allí, los caminos de cada grupo se dividía según el destino que iban a tomar.
El momento era muy tenso. Las emociones se mezclaban y aún las damas no podían quitar de su mente los momentos de angustia por lo que habían atravesado. Por ese motivo, Zafiro Pedra junto con Ágata Roccia decidieron permanecer unas horas más dentro de la casa de las Guardianas para asegurarse de que todas sus ordenes iban a ser obedecidas.
Celestina Rocher miró por el espejo retrovisor y se encontró con la mirada penetrante de Jean. La dama belga mantuvo la mirada firme y después de unos interminables segundos, obligó a la soberbia guardiana a desviar los ojos hacia la ventanilla.
Por el contrario Therese parecía estar decididamente abatida. Viajaba reclinada sobre el asiento trasero del coche y apenas podía mantener los párpados abiertos.
La situación no era muy diferente en el vehículo en que viajaban Clarencia y Edana. Cuarzo Gestein que se encontraba al volante, no dejaba de vigilar los movimientos de las dos mujeres que se hallaban ubicadas detrás. Citrino estaba algo nerviosa y no dejaba de restregarse las manos en un evidente gesto de incomodidad. No confiaba en absoluto en aquellas mujeres. La habían defraudado y no esperaba nada bueno de parte de ellas.
Para tranquilizar a las damas que estaban a cargo del operativo, Zafiro se había encargado de proporcionarle a cada una de las detenidas una poción que ella misma había elaborado. Basada en una receta ancestral, Zafiro preparó un brebaje que mantenía a la persona que la bebía en un suave estado de somnolencia.
Ya habían concretado la mitad del camino. De pronto algo extraño sucedió. El automóvil de Cuarzo Gestein comenzó a tambalearse y se cruzó de carril de manera brusca. La joven alemana comenzó a hacer sonar la bocina con desesperación.
Celestina Rocher intentaba visualizar lo que estaba ocurriendo, pero temía quitar los ojos de la ruta y provocar un serio accidente. Diamante Stein que conducía la última camioneta observó con horror como el auto de Cuarzo se desplazaba de un lado a otro del camino. Las sacudidas eran violentas y se escuchaban gritos que provenían desde el interior del coche.
En un momento el Mercedes frenó de golpe y una de las puertas de atrás se abrió con violencia. El cuerpo de una mujer salió despedido a gran velocidad y desapareció al atravesar la banquina.
Las frenadas se escucharon al unísono. Fue un momento de dramática tensión. Las mujeres comenzaron a descender de los vehículos y corrieron desesperadas a auxiliar a la persona accidentada.
Marina Roccia y Alina Gestein fueron las primeras en llegar al lugar de la tragedia. Cuando se asomaron a la banquina vieron a Cuarzo y a Citrino que descontroladas le practicaban masajes de resucitación al cuerpo ensangrentado de Clarencia.
Marina se arrastró por entre las piedras de la banquina y llegó hasta donde estaban las damas alemanas.
Celestina Rocher que había llegado al lugar junto con Rosa Pietra, miraba horrorizada el cuerpo inerte de la vieja guardiana.
-¡No entiendo que sucedió! –exclamó Cuarzo con la voz desgarrada.
-¡De pronto enloqueció! Era como si no pudiese controlar su mente… -sollozó Citrino acongojada.
-¡Debemos llamar a una ambulancia! –sugirió Rosa impresionada.
La respuesta de Marina fue brutal.
-Ya no es necesario. Clarencia acaba de morir.
Gritos de profundo dolor se escucharon en el lugar. Algunas damas se tomaban la cabeza y no alcanzaban a comprender cómo había podido suceder semejante tragedia. Otras, en cambio, permanecían con los ojos clavados en el cuerpo maltrecho de Clarencia sin animarse a pronunciar siquiera una palabra.
Alina Gestein giró sobre si misma y comenzó a correr hacia el auto que trasladaba a Jean y a Therese. Ambas mujeres permanecían sentadas en un estado de ensoñación. Era evidente que la poción de Zafiro había logrado su objetivo en ellas.
La alemana abandonó su posición y se dirigió rápidamente hacia el coche accidentado. Iba en busca de Edana que quizás también se encontraba herida. Su sorpresa fue mayúscula cuando al abrir la puerta de atrás encontró el asiento vacío.
De manera frenética comenzó a gritar el nombre de la guardiana. En su angustiante búsqueda se unieron Alejandrita Pietra y Azabache Felsen que aún no alcanzaban a comprender la magnitud de aquella tragedia.
De repente la voz potente de Marina Roccia las dejó paralizadas.
-¡No busquen más! –gritó Marina con tono grave- No creo que puedan hallarla.
Alina miró a su compañera con los ojos entrecerrados. Intentaba descifrar la razón de aquella orden pero no encontraba el motivo de la misma. Marina esbozó una amarga sonrisa y se sentó exhausta sobre el cemento de la ruta. Su ropa estaba manchada de sangre y su cara cubierta por lágrimas de indignación.
-Fue Edana… Seguramente simuló beber la poción de Zafiro, pero en realidad nunca lo hizo.
-Pero… -murmuró Alina desconcertada.
-¿Escuchaste lo que contó Citrino? Dijo que de pronto fue como si Clarencia perdiera la razón…
Alina Gestein abrió los ojos de manera desmesurada.
-¿Usó su poder contra su compañera? Pero…
-Usó su poder contra Clarencia y aprovechó la confusión para huir como una verdadera rata.
Alina no daba crédito a lo que estaba escuchando.
-¡Es una asesina! Juro por Dios que no voy a detenerme hasta que pague por el crimen que ha cometido.
Marina suspiró con resignación.
-Primero vas a tener que encontrarla. Y te apuesto que eso no va a ser nada fácil…


Desde que la familia había partido a Vaduz, los días de Amatista se habían convertido en un verdadero calvario. Delante de sus dos sobrinas se las ingeniaba para disimular la angustia que la acompañaba a todas horas. Jade y Esmeralda eran dos chicas maravillosas. A pesar de lo angustiante de la situación, cada una a su manera se había encargado de hacerle la vida más ligera. Ninguna se quejaba, por el contrario colaboraban con el cuidado de la casa y apenas preguntaban lo suficiente con respecto a lo que estaba sucediendo en Liechtenstein. Se turnaban para que no realizara esfuerzos innecesarios y la obligaban a descansar en la medida que las ocupaciones se lo permitieran.
Estaba sola en la casa cuando el timbre del teléfono comenzó a sonar. Apenas hacía unos pocos minutos que Jade había llevado a Esmeralda a la escuela. Corrió hacia el aparato que estaba en la cocina y atendió la llamada con desesperación.
-¡Hola!
La voz que escuchó le cortó la respiración.
-Hola Ami, soy Ben.
La mujer comenzó a temblar.
-¡Qué alegría escucharte, Ben! –exclamó con sinceridad.
-Lo mismo digo… -susurró el muchacho y agregó- Llamaba para avisarte que todo salió como lo planeamos.
Amatista no pudo contener el llanto.
-No llores Ami, todos estamos bien. – le rogó Ben dulcemente.
-Estaba muy preocupada… ¡Yo no sabía qué hacer!
-Quiero que te calmes, Ami. En unas horas todos estamos regresando a Buenos Aires.
Amatista continuaba llorando de felicidad.
-En realidad, tu madre nos acaba de avisar que va a quedarse en Europa un par de días más.
-¿Por qué? –preguntó la joven preocupada
-Prefiero que ella misma te lo cuente. Descuida, es por un buen motivo.
-No me estás mintiendo ¿verdad?
Ben sonrió y dijo:
-Nunca te mentiría, Amatista.
La mujer experimentó un increíble sentimiento de placer cuando el muchacho pronunció su nombre.
-¿Cómo están las cosas por allí?
Ella que ya había dejado de sollozar, respondió alegremente.
-Todas estamos en prefectas condiciones. Las chicas no se pelearon ni una sola vez y yo estuve cocinando y logré hacerlo sin incendiar la casa.
Ben lanzó una sonora carcajada al escuchar semejante comentario.
-¡Esa es mi chica! –aseguró Ben sin medir las consecuencias de sus palabras.
Amatista turbada por el tierno comentario se quedó paralizada. Benjamín ruborizado dijo:
-Ahora debo cortar –murmuró de manera apresurada- Te vuelvo a llamar cuando lleguemos a Madrid.
-Ok. Les deseo buen viaje.
-Amatista…
-¿Si?
-Nos vemos pronto.
La mujer no pudo contestar. Las palabras se le ahogaron en la garganta.


La noticia de la muerte de Clarencia y de la huída de Edana las había dejado en estado de shock. Celestina Rocher fue la encargada de darles la tremenda información. De manera inmediata y mientras Celestina era asistida por uno de los sacerdotes, Zafiro Pedra y Ágata Roccia se encerraron en el antiguo escritorio de las Guardianas y trataron de reflexionar sobre aquella inesperada tragedia.
-No puedo creer que Clarencia esté muerta… –manifestó Zafiro azorada.
-Edana está peor de lo que imaginábamos. –dijo Ágata para luego agregar –Debemos encontrarla lo antes posible.
-Lo sé. En el estado en que se encuentra es capaz de hacer cualquier cosa.
-Incluso de asesinar a una de sus más antiguas compañeras. –murmuró Ágata indignada.
Zafiro Pedra respiró profundamente y sin meditarlo demasiado se comunicó con las autoridades del principado de Liechtenstein. Ordenó la búsqueda y la captura inmediata de Edana Kairos.
A pesar de la angustia que la horrible situación les había provocado, ante la inminencia de la partida de cada una de ellas a sus diferentes destinos, no tuvieron otra opción que discutir sobre los últimos temas que les restaba tocar.
-Tu piedra y la piedra de Berilo van a ser trasladadas a Portugal. Tengo decidido mantenerlas bajo estricta custodia en nuestra residencia de Lisboa.
-Estoy de acuerdo. Debemos proteger esa maravillosa fuente de energía bajo cualquier costo. –coincidió Ágata.
-Además debemos poner en conocimiento a los gobiernos del mundo y reclamarles mayor cooperación de su parte.
-Eso lo dejo en tus manos. La política no es lo mío.
Zafiro sonrió con picardía.
-Esa es una soberana patraña.
Ágata miró a Zafiro de reojo y torció la boca en una mueca graciosa.
-No quiero presionarte, Ágata. Pero debemos reunir a las damas para una reunión excepcional. El tema de las desercione de nuestras jóvenes mujeres y la continuidad de nuestra raza es un problema que debemos afrontar.
La anciana evitó mirar a la dama portuguesa y desvió sus ojos hacia el enorme ventanal de la sala. Pensaba en Rubí y en la remota posibilidad de que llegara a reconsiderar su posición. La pasión por Cid, que Ágata había visto en las pupilas de su nieta, confirmaba plenamente su sospecha.
No importaba lo que fuese a suceder, Rubí Roccia nunca renunciaría al amor que sentía por Cid Finke.