02 agosto, 2011

Capítulo 9

Era de noche y la luz de la luna recortaba a la perfección las siluetas de los árboles. El cielo estaba estrellado y una suav brisa mecía las cortinas de la casa de Ágata. Hacía rato que toda la familia se había retirado a dormir.
Con sigilo fue hasta la cocina y se preparó una taza de té. En silencio se deslizó hasta el comedor de la casa. Sentada en su sillón favorito trató de reflexionar sobre los sucesos de aquel día. Estaba angustiada y se había esforzado durante toda la cena por disimular su angustia.
Las chicas parecían estar más calmadas. Muy a su pesar había estado utilizando el don de percibir la verdad, aunque sus nietas concientes de su habilidad habían evitado mirarla la mayor parte del tiempo. Odiaba ejercer sus habilidades sobre la familia., le parecía una verdadera traición someterlas de esa manera.
Su notable memoria le estaba jugando una mala pasada. Las imágenes aparecían en su mente con nitidez y se apoderaban de su corazón.
Ella corriendo por el bosque y su hermana Turquesa persiguiéndola con desesperación. Los gritos de ambas, el llanto desconsolado y la incontrolable necesidad de huir de allí.
Siempre se había destacado por su solidez emocional, sin embargo aquella vez se sintió totalmente perdida.
Su corazón le señaló la verdad desde un principio. Las leyes del Clan, a las que ella había jurado respetar hasta las últimas consecuencias, se desvanecían ante la pulsión irrefrenable de la pasión.
Los ojos de aquel hombre la habían embrujado y encadenaban su corazón. Sabía que si aceptaba ese sentimiento nunca podría abandonarlo. Sin embargo allí estaba corriendo como una desquiciada en busca de su amor. La batalla que se había desatado en su interior la desgarraba y sentía que los jirones de su pobre alma se iban esparciendo por el bosque.
El alarido de Turquesa la paralizó. Su cuerpo estaba rígido y sentía cada músculo tenso y dolorido.
La voz de la hermana la devolvió a la realidad.
-No lo hagas Ágata.
La mujer la miraba y le extendía los brazos con una actitud suplicante.
-A veces debemos renunciar a lo que más amamos porque de ello depende no sólo nuestra vida.
¿Cuánto tiempo había pasado desde aquella desdichada tarde de otoño? ¿Sesenta años tal vez? Sin embargo allí estaba ella sentada en aquel sillón recordando todo como si hubiese sucedido ayer. La única certeza que tenía era que a partir de ese momento le rogaría a Dios por el destino de sus nietas.
De ninguna manera podia permitir que su penosa historia se repitiera con alguna de ellas.

2 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Tengo que regresar a algunos capítulos porque de pronto se me olvida lo que hace cada quien jeje.


Sigue interesante Bee.

MIMOSA dijo...

¿Sabes? Tengo a veces esa sensación, dicen que mi mirada tiene una fuerza arrolladora y cuesta mantenerla, entonces yo siento que estoy arrancando a la gente su verdad, en ocasiones incluso a mí me incomoda.
Hecho que he descubierto en mi madurez, claro, pues a los 20, los utilizaba para otras cosas (los ojos, digo)seguramente también para correr detrás de un amor.
Ufff, ¡qué Agata me siento!

Subo un peldaño!!!
En una nube voy, mimoseando!!