Capítulo 19

La caja de madera seguía en el mismo lugar donde Claus la había colocado la mañana del hallazgo. Parecía una tontería pero aún no se atrevía a abrirla. En su fuero interno sentía que estaba traicionando a su padre.

Lo que Karl ocultara en esa caja era un asunto de él y nadie tenía derecho a ventilar su secreto. Sin embargo descubrir algo que desconocía de su padre le interesaba más de lo que se atrevía a admitir. Ben y Callan lo interrogaban al respecto y siempre les respondía con un gesto de fingida indiferencia.

Ahora se encontraba en su habitación y a pesar de intentar ignorar al misterioso cofre, este ejercía sobre él una fascinación muy poderosa. Se acercó hasta la caja, la tomó entre sus manos y la colocó sobre la cama.

Finalmente la abrió. En su interior encontró unas cuantas cosas. Papeles amarillentos con anotaciones desteñidas, una pulsera de plata con el cierre roto, y lo que parecía un viejo retrato hecho en carbonilla. La cartulina no medía más de 20cm de alto. En ella se observaba el rostro de una mujer. El papel estaba muy dañado, sin embargo los rasgos de la joven permanecían inalterables. Tenía una mirada intensa y una bella determinación en los labios.

Estaba claro que no era arrogancia lo que emanaba esa mujer, por el contrario su rostro era firme y decidido.

Lo que también estaba claro para Claus era que definitivamente esa mujer, no era su madre.

Zafiro Pedra había decidido tener unas horas de reflexión, por lo tanto canceló todos los llamados y le ordenó a sus asistentes que no la molestaran hasta nuevo aviso.

El próximo encuentro de familias la tenía bastante preocupada. Además de las novedades que con seguridad iba a recibir, su misión esta vez era muy delicada. Por razones del destino, ella era la elegida para comunicarles a todas las damas presentes ciertos sucesos que se iban a producir de manera inexorable.

Con seguridad a eso venía el clan Pietra. No era una casualidad que después de casi una década de ausencia, de pronto decidieran participar del cónclave.

Las Pietra era una de las familias más ortodoxas de la comunidad y no admitían ninguna clase de modificación de las leyes originarias. No vacilaban ante las dudas y eran inflexibles con las integrantes que no aceptaban las ancestrales normas.

Zafiro estaba realmente preocupada. Las involucradas en los eventos que se iban a suceder no eran damas fáciles de conciliar y temía que las situaciones llegaran a límites no deseados.

Sentada sobre la alfombra de su escritorio personal, relajó cada parte de su cuerpo armonizando la respiración con calma y precisión. El sol estaba en el poniente y los últimos rayos del día le otorgaban calidez a su rostro.

Cerró los ojos lentamente y su mente comenzó a elevarse hasta encontrar la conexión con el nivel superior de conocimiento.

Entre sus manos, un trozo de la piedra sagrada refulgía como un fantástico diamante.

Entró corriendo por el sendero de la casa. Estaba excitada y no podía controlar la felicidad que la embargaba. Las emociones la desbordaban y no podía creer lo que le estaba sucediendo. Le latía el corazón de forma alocada y sentía ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.

En el jardín del fondo vió que su hermana Esmeralda estaba merendando con su tía Amatista. Pero no era a ellas a quien Rubí buscaba. Necesitaba encontrar a Jade ahora mismo. Era la única persona con la que podía hablar y tratar de calmar la ansiedad que la estaba ahogando.

Encontró a su hermana en la cocina mirando algo en la televisión. Jade la observó con una mirada interrogante.

Sin poder contenerse se lanzó sobre la chica y la abrazó de una manera descomunal.

-¡Estás loca Rubí!-se rió Jade con malicia.

-Estoy perdida hermana. Absolutamente perdida.

-Ya va a pasar… -murmuró Jade tratando de tranquilizarla.

La chica soltó a su hermana con brusquedad y la miró con un ojos desafiantes y desconocidos.

-Estás equivocada Jade. Esto no va a pasar. Esto no tiene remedio.

De pronto comprendió que su hermana no estaba bromeando. El temor la asaltó de golpe y no supo que decir.

-Necesito que me ayudes con esto Jade. Sola no voy a poder. No me preguntes como sucedió pero es como si me estuviera consumiendo por dentro. Y ni siquiera lo besé. Me odio por ser tan tonta. Tengo miedo que se aburra de mí. Que de pronto note que no tengo mucha experiencia y desaparezca tan rápido como apareció. Yo…Yo…no sé que hacer…

Las lágrimas le brotaban a raudales y temblaba sin control. Jade sólo atinó a abrazarla y a llevarla a su dormitorio. Lo último que faltaba era que su tía y su hermana menor la descubrieran en ese estado deplorable.

Cuando llegaron a la habitación la obligó a ducharse y a cambiarse de ropa. Mientras Rubí estaba en el baño, Jade no dejaba de pensar. Su mente trabajaba a toda velocidad y no encontraba un sólo camino de salida para el entuerto que se avecinaba. Conocía muy bien a cada una de las integrantes de la familia y sabía que nadie iba a dar el brazo a torcer.

Rubí salió de la ducha con el pelo mojado y una toalla enorme le envolvía el cuerpo. Se sentaron sobre la cama y permanecieron en absoluto silencio por un largo rato.

-¿Estás mejor? –dijo Jade con suavidad

-Si, gracias. –La voz de la chica era temblorosa y tenía los ojos irritados.

-Rubí, voy a decirte algo y espero que me entiendas.

La joven la miró en silencio.

-Te pido que por el momento no digamos nada.

-Pero…

Jade la interrumpió con firmeza.

-Aún es muy pronto para hablar. Me gustaría que por ahora las cosas sigan su camino sin que la familia se entere de ello. Quedate tranquila. Yo te voy a ayudar. Te lo prometo.

Rubí sintió tanto agradecimiento por su hermana que la volvió a abrazar y la besó con devoción.

-Además hay algo que debo decirte.

La chica miró a su hermana con curiosidad.

-Amatista va a tener un bebé.

La sorpresa dejó boquiabierta a Rubí, que sin poder evitarlo comenzó a reír sin control.

Al fin de cuentas no era la única de la familia que se encontraba en problemas.