10 agosto, 2011

Capítulo 16 "Cid y Rubí"

El tiempo se hacía eterno. Parecía que las horas no terminaban de pasar. Rubí estaba nerviosa y no había pegado un ojo en toda la noche. Durante el desayuno evitó con gran esfuerzo la mirada de las mujeres de la familia excepto la de Jade, que estaba al tanto de la situación y que había prometido no decir una sola palabra sobre el tema.
Simulando desgano les anunció a todas que después del mediodía tenía que ir a buscar unos libros a la biblioteca.
Era la única excusa que había encontrado para ver en secreto a Cid.
La ansiedad la estaba consumiendo. Se miraba en el espejo de la habitación y se horrorizaba ante su imagen descuidada y casi salvaje. El cabello estaba fuera de control y era incapaz de hacer algo decente con aquella madeja de furiosos rulos.
Ya había cambiado de ropa cuatro veces. Intentó utilizar un vestido que su abuela le había regalado para Navidad pero que ahora le parecía totalmente inadecuado. Desechó unos cuantos jeans y dos o tres camisetas de diferentes colores.
Y mejor no pensar en los zapatos… Estaba realmente desesperada.
Jade abrió la puerta y la encontró sentada sobre la alfombra en medio de un descomunal desorden de ropa.
-Hermanita, creo que te voy a dar una mano-sonrió la chica con ternura.
Pasaron casi dos horas hasta que por fin Jade dio por culminado su trabajo. Con precisión quirúrgica ubicó a Rubí frente al espejo y le pidió que abriera los ojos. Estaba tan orgullosa de su obra que no podía reprimir una enorme sonrisa.
La sorpresa fue fantástica. No podía creer lo que su hermana había hecho con ella.
Rubí saltó como un resorte y abrazó a Jade con enorme emoción.
La suerte estaba de su lado.



Faltaban menos de diez minutos para las dos de la tarde y Cid ya había llegado a Cariló. Había dormido mal y el desayuno le sentó fatal a su estómago. Estaba enojado con él mismo y caminar casi tres horas por las playas de Pinamar no había colaborado en absoluto para mejorar su estado de ánimo.
Su personalidad analítica no podía comprender el motivo de tanta agitación. Al fin de cuentas sólo iba a encontrarse con una chica que apenas conocía, le devolvería la campera y eso sería todo.
Sin embargo algo no andaba bien. Se había esmerado en escoger un buen jean y se había puesto una camisa blanca que sabía que le quedaba muy bien. La mirada absorta de una de las mucamas del hotel le indicaron que había acertado con la elección de la vestimenta.
Sacudió la cabeza un par de veces con la intención de despejarse y estacionó en uno de los costados del camino. Demoró una eternidad en bajar del auto. Agarró la campera que estaba acomodada en el asiento del acompañante y notó que las manos le sudaban copiosamente. “Qué imbècil”-murmuró molesto.
Decidió que ya era hora de terminar con esa tortura y se encaminó hacia la entrada del bosque. La brisa era suave y el sol aparecía de forma intermitente entre las ramas de los árboles. Caminaba lentamente con la intención de poder escuchar el oleaje del mar. Era un lugar de una belleza notable.
Parecía sacado de un cuento para niños. Realmente era un bosque encantado.
El impacto visual lo dejó boquiabierto. No esperaba encontrarla tan rápido. Si no recordaba mal habían acordado encontrarse al comienzo del sendero cerca de la casa.
Su andar natural volvió a conmoverlo como la primera vez. Pero ahora era distinto. Le parecía una mujer más grande.
No sabía si atribuirlo a la ropa que usaba o a la forma en que tenía arreglado el cabello.
Una falda blanca se balanceaba entre sus largas piernas. Lucía una camiseta floreada y un sweater de hilo.
Estaba descalza ya que las sandalias las llevaba colgando de las manos. El cabello lo llevaba ligeramente recogido y no usaba maquillaje. Hubiese sido una locura utilizarlo. Era una mujer tan especial que no necesitaba nada artificial para destacarse.
A medida que se iban acercando los latidos del corazón de Cid se aceleraban de forma violenta. Temiendo que la chica notara su nerviosismo desvió la mirada y trató de buscar algo que lo distrajera. Intento fallido.
La sonrisa de Rubí lo atraía de un modo fatal y estremecedor.
Ambos se detuvieron a menos de un metro de distancia. Ninguno de los dos se animaba a mirar al otro a los ojos. Cid maldiciéndose en silencio fue el primero en hablar.
-Hola Rubí. Qué bueno verte otra vez.
La chica le respondió sonriendo.
-Lo mismo digo Cid. Estás muy, muy…-las palabras se le enredaron en la boca y las mejillas se le pusieron rojas de vergüenza.
Sin saber que hacer Cid alargó la mano y le enseñó la campera. Rubí la aceptó y desvió la mirada avergonzada.
Tratando de distender la situación Cid la invitó a recorrer la playa. En silencio caminaron por la arena. Finalmente se sentaron en las escalinatas de un parador cercano.
Con una sonrisa pícara Cid comenzó a hablar.
-¿Cuántos años… - Ella no dejó que terminara la pregunta
-Cumplí 17 años la semana pasada.
Cid no sabía si reír o llorar. Era más chica de lo que imaginaba. Quería salir corriendo de allí y no verla nunca más.
-Yo tengo 25. Sin duda si tus amigos te vieran aquí pensarían que estás hablando con un anciano.
La respuesta no se hizo esperar.
-No tengo amigos. Y si los tuviera no les permitiría que dijeran semejante tontería.
Conmovido ante la sorprendente contestación intentó decir algo pero ninguna palabra salió de sus labios.
-¿Cómo es tu vida en Misiones, Cid?
Le sonrió con ternura y comenzó a contarle a qué se dedicaba en su ciudad.
Ella lo miraba con intensidad. Rubí no quería perderse un sólo detalle. Le agradaba el color de su voz y no podía dejar de admirar los ojos de ese hombre. Movía las manos cuando hablaba y le sorprendía la forma natural en que sonreía. Era una extraña mezcla de hombre y niño. Descubrió que en la parte interior de la muñeca derecha tenía un pequeño
tatuaje. Cuando él la descubrió observando, con voz suave dijo:
-Es el nombre de mi madre en árabe. Se llamaba “Amira”. Mis hermanos y yo decidimos tatuarnos su nombre después que ella murió.
Rubí sin poder evitarlo le tomó la muñeca con suavidad y le recorrió con el dedo índice las líneas del tatuaje.
Una corriente eléctrica se estableció entre los dos. La chica reconoció la situación y rápidamente apartó la mano.
-¿Y cómo es tu vida acá?- preguntó Cid intentando cambiar de tema.
-Cuando uno termina la escuela secundaria no hay muchas opciones para elegir. O trabajamos aquí o nos vamos a estudiar a Buenos Aires.
-¿Y cuál es tu elección?
Ella sonrió de manera franca y le contestó con picardía.
-Aún no lo tengo decidido. ¿Qué tal estaría eso de tomarme un año sabático?
Ambos se rieron y por primera vez desde que se habían encontrado lograron distenderse con naturalidad.

4 comentarios:

Miss Bittersweet dijo...

Ya saltan chispas entre ambos :)

Bee Borjas dijo...

Y si, estos dos encajan como dos gotas de agua... Vamos a ver cómo se las arreglan!
Beso grande, querida Miss!

la MaLquEridA dijo...

¡Chispiajos!

Creo me estoy adentrando más en la historia de Rubí y Cid mi querida.


Un abrazo.

MIMOSA dijo...

¿Por qué será que las mujeres somos así de impertinentes cuando tenemos una cita? Todo nos parece poco,de repente todo nos queda mal, el pelo es un asco,......ja,ja,ja, ¡es como ponerse en su piel!
Y él, que puedo decir de él......
Si llego a leer este capítulo en la France, me hubiera lanzado al primer franchute que pasase a mi lado, ja,ja,ja.
Chica que quieres que te diga, yo creo que pierdo el norte cada vez que me enamoro....por esos decidí dejar de enamorarme, je,je,je.... y es que esta situación me recuerda a unos paseitos por la playa en mi adolescencia..... ¡Qué romántico che!
Amira, Amira, me gusta el nombre...Amira.
Besos Bee!!!
¡SERA POSIBLE QUE ME HAS VUELTO A ENGANCHAR!!!!