03 agosto, 2011

Capítulo 10 "El Encuentro"

Encontrar el camino hacia Cariló fue relativamente sencillo. Hacía mucho tiempo que no viajaba por este lugar pero hay sitios que uno no puede olvidar. Y esta zona de la costa era una de ellas. El día había amanecido espléndido, sin embargo una seguidilla de espesas nubes iban cubriendo lentamente el cielo.
Cuando Cid llegó a la entrada de Cariló las primeras gotas de lluvia manchaban los vidrios de su auto. El camino estaba igual a como lo recordaba. El gran cartel de madera indicaba que allí comenzaba la ruta de tierra bordeada de aquella maravillosa columna de árboles centenarios. Cid bajó del auto y se quedó parado aspirando con voracidad el salvaje aroma de la vegetación. Los pulmones se le hinchaban y cada vez se deleitaba más con la pureza del aire atiborrado de madera y hojas frescas.
Sonriendo, volvió a subir al auto. Condujo varios kilómetros con las ventanillas bajas y dejando que el viento y la llovizna le besaran la cara. En el transcurso del viaje varias personas se habían cruzado por el camino. La mayoría eran residentes de Cariló que se encaminaban al centro de la ciudad.
A medida que avanzaba hacia el interior del pueblo, sus ojos no podían dejar de admirar la belleza de aquel bosque. Las casas construidas en madera y piedras se escondían entre los árboles y encajaban a la perfección con el paisaje.
“Felicidad total. Bosque, playa y mar. Esta gente no puede quejarse. En el reparto de belleza ellos fueron muy afortunados”, pensó el misionero sin dejar de mirar con avidez el lugar.
En un principio no supo de qué se trataba. Apagó el motor y volvió a bajar del auto. De pronto comprendió que era lo que lo estaba asombrando. Hacía muchos años que no se encontraba absolutamente solo. Parado frente a la gran pared boscosa lo único que escuchaba era el sonido del viento, la lluvia sobre su piel y el lejano canto de las aves cerca del mar.
Estaba tan sobrecogido que le temblaban las piernas.
Sin pensar demasiado salió del camino de tierra y se internó por uno de los tantos senderos que serpenteaban entre  los frondosos árboles.
Caminaba sin dificultad y el corazón le latía a toda velocidad. Estaba excitado y no podía detenerse. A medida que se sumergía en la vegetación, los sentidos se le aguzaban y podía percibir con facilidad hasta el sonido más insignificante.
Ahora los troncos eran más delgados y el suelo estaba cubierto de hojas color ocre. En un momento el panorama se abrió y descubrió que a menos de 200 metros se podía ver el comienzo de la playa.
Se encontraba protegido por las sombras de los árboles cuando la vió por primera vez. En realidad lo que atrapó su atención fue el andar de la mujer. Desde donde él estaba parado no podía verla con total nitidez, pero la forma de caminar de aquella desconocida lo hipnotizó. Tenía unas piernas largas y muy blancas. Aunque el vestido que llevaba puesto se le enredaba, ella lograba desplazarse con gracia natural. Estaba descalza y arrastraba un par de zapatillas de tenis junto con una campera rompeolas color azul. Oculto entre la vegetación, no podía dejar de admirarla.
Cuando volteó la cabeza, Cid vió su cara por primera vez. La chica era muy joven, con seguridad no había cumplido la mayoría de edad. Tenía el cabello de una hechicera. Las ondas le llegaban hasta la cintura y eran de un color cobrizo furioso.
Se la notaba relajada, caminando con el desdén y la naturalidad de una mujer que recién comienza a serlo.
De pronto Cid avanzó con decisión. Sin embargo cuando estaba a poca distancia de la chica sintió un repentino desconcierto.
” ¿Pero que estoy haciendo? Mejor me vuelvo al auto”
No pudo regresar, la joven lo estaba observando directamente a los ojos. Ella estaba parada a escasos metros de él y lo miraba con intensidad. Sus pupilas eran de color castaño y parecían brillar como dos piedras preciosas.
Cuando le sonrió, él sintió que nunca había visto nada que lo conmoviera de esa manera.
La voz sonó enérgica y con un dejo casi risueño.
-No es el mejor día para caminar por la playa.
Cid apenas pudo responderle.
-Por la mañana había un sol fantástico.
La chica lanzó una sonora carcajada.
-Es verdad. Parece que hoy me desperté muy tarde y no llegué a ver el sol.
Lo sorprendió la confianza con la que le hablaba. Parecía no importarle dialogar con personas desconocidas.
-Voy a hacerte una pregunta.
Ella asintió con una sonrisa brillante.
-¿No te enseñaron que no debes hablar con extraños?
-Confío en mi intuición… -respondió la chica con un dejo de misterio- Digamos que mi mente ahuyenta los malos pensamientos.
Cada vez estaba más confundido. Esa pequeña mujer lo enfrentaba con una tranquilidad sorprendente. Sin mediar palabra y a grandes zancadas se acercó a Cid y le ofreció la mano.
-Me llamo Rubí. Y me alegra conocerte.
Al decir esto las mejillas de la muchacha su tiñeron de un color púrpura profundo.
Tratando de disimular su turbación Cid le tomó la mano y la sostuvo apenas unos segundos, los suficientes como para experimentar un nudo espantoso en medio del estómago.
-El placer es mío. Mi nombre es Agustín, pero todos me llaman Cid.
Ella apartó su mano lentamente y lo invitó a sentarse sobre la arena. Ambos se quedaron en silencio mirando el mar.
Sin girar la cabeza y cubriéndose la cara con su abundante cabellera le habló casi susurrando.
-Todos nos conocemos por aquí. No es muy difícil adivinar que no perteneces a Cariló.
-Es verdad. Nací en la provincia de Misiones y estoy tomándome unos días de descanso.
Ella continuaba ocultándose detrás de la cabellera. Y él aún no comprendía la razón de semejante revuelo interno.
-Supongo que vas a irte  en unos días.
-Acabo de llegar. Espero poder disfrutar de la playa una semana más.
Rubí giró la cabeza y le clavó una mirada radiante.
-Entonces es muy probable que nos volvamos a encontrar.
Cid tenía la boca seca y sólo pudo balbucear unas pocas palabras.
-Me gustaría invitarte a pasear por ahí. No hay nada mejor que recorrer un lugar con gente de la zona.
La chica afirmó con un dejo de ironía.
-Ya entiendo. Voy a convertirme en una especie de guía turística.
Cid habló atropelladamente.
-No quise decir eso… Yo…
Ella rió con ternura, se incorporó de un salto, señaló una casa que se encontraba a pocos metros del mar y antes de desaparecer en el bosque, le dijo:
-Allí es donde vivo con mi familia. Te espero mañana en la entrada principal del sendero. Dos de la tarde en punto. Nos vemos Cid.
No pudo responderle. La siguió con la mirada y se aferró a lo único que tenía a mano y le permitía mantener la cordura.
Lo que Cid acariciaba -con una emoción hacía mucho tiempo olvidada- era la campera azul que Rubí había olvidado antes de perderse entre los árboles…

El camino del Encuentro

8 comentarios:

MORGANA dijo...

Bee,leo tu novela con una avidez asombrosa,espero que la publiques y salga a la venta.
Besazos reina.

Miss Bittersweet dijo...

La historia se está poniendo cada vez más interesante! Ya tengo ganas de que llegue mañana a las 2 para saber qué ocurre... Un besote!

Bee Borjas dijo...

PODEROSA MORGANA:
Vos sos la reina, Mor! Qué te guste es el mejor premio para mí!
Besos sanadores, amiga!
MISS BITTERSWEET:
Esa es mi amiga Miss!!! Gracias por estar y x el aguante!
Kisses my dear lady!

escarcha dijo...

ME ENCANTAAAA ESTA HISTORIAAAAA!!!!
UN ABRAZOTE AMIGAAA

Bee Borjas dijo...

ESCARCHA:
Sos una diosa, amiga! Gracias x unirte al Clan! ;D
Besotazos Di!!!

la MaLquEridA dijo...

Rubí y Cid habrá que ver en que termina esta historia.


Saludos Bee.

Bee Borjas dijo...

LA MALQUERIDA:
Se vendrá el romance? Me crujen las neuronas de tanto escribir!
Cariños para tí Flor!

MIMOSA dijo...

Ay Mery!!!! Lo sabía, lo sabía, lo sabía!!!! Desde que la vi paseando por la playa, sabía que el Cid caería rendidito a sus pies!!!
Ooooohhhh!!! Me están entrando ganas de irme a pasear por la orillita de mi mar, a ver si pesco un amor, porque tiburones ya tuve unos cuantos.
No puedes hacerle esto a la mua! Sabiendo lo empedernidamente romántica que soy!!! (Suspiro, suspiro)
Besos