31 agosto, 2011

Capítulo 36 "Revelaciones peligrosas"

Se miraban a los ojos y no podían dejar de acariciarse las manos. Cid estaba embelesado con la piel de Rubí. Era de una suavidad sobrenatural. Ella se había sacado la campera de abrigo y debajo tenía una remera blanca de algodón que le dibujaba con delicadeza las curvas del cuerpo. Con sumo cuidado él le subió las mangas hasta la altura de los codos y comenzó a acariciarle la parte de los brazos que quedaban al descubierto.
Ella no podía creer la delicadeza con que la trataba aquel hombre. Tal vez por su propia inexperiencia había temido que las cosas se precipitaran y que él advirtiera lo torpe de sus movimientos. Hasta ese momento no se había animado a tocarlo. Estaba extasiada mirándolo a los ojos y disfrutando del placer que le provocaba la dulzura de sus caricias.
-Te extrañé tanto Rubí. No podía dormir pensando en que me estabas esperando.
Ella sonrió y le acarició la mejilla. Era tan irreal lo que le estaba sucediendo. Nunca imaginó sentir algo tan abrasador por alguien. Aún la dominaba una sensación de incredulidad y de notable asombro ante su actitud vulnerable y frágil.
Trataba de volver sobre sus pasos y recordar el día en que conoció a Cid y no podía hallar la clave de semejante cambio. El eje de su vida había girado por completo y era incapaz de vislumbrar las consecuencias que aquello le acarrearía.
De todas formas no le importaba absolutamente nada. Sus sentimientos por Cid eran tan desmesurados que poco podía hacer para evitar cualquier futura catástrofe.
Sin embargo su honestidad le estaba jugando una mala pasada. Ella no toleraba engañar a nadie mucho menos a Cid y el
ocultarle la historia de su familia lo consideraba una verdadera traición. El tenía derecho de conocer el secreto de su linaje y la libertad para elegir si debía quedarse o huir de una situación tan particular.
Ahora era el momento indicado para hablar. Cuanto más demorara en confesarle su origen más duro sería para ella soportar la posible reacción de Cid.
Lanzó un profundo suspiro y clavó la mirada en los ojos del muchacho. Deseaba que su voz sonara tranquila, aunque en su interior el temor la estaba sofocando.
-Cid, antes que esto siga creciendo, necesito contarte algo.
El la miró con curiosidad y un aire divertido apareció repentinamente en sus pupilas.
-Te escucho prinzessin.
-Ok, esto que voy a decir es muy importante para los dos. Después de que escuches lo que te voy a decir, vas a tener la libertad de elegir.
-¿De elegir?
-Si. Y no hay más que dos opciones. Quedarte y pelear juntos o desaparecer y olvidarte de mí para siempre.
-Pero Rubí…
-No te adelantes, es hora de escuchar.
El desconcierto de Cid aumentaba a medida que Rubí avanzaba en el relato. Frases tales como “la prolongación de la especie”, “los talentos que poseemos desde nuestro nacimiento”, “sólo debemos engendrar mujeres”, “la poción del olvido para los hombres” o “la estricta prohibición de amar a alguien”, le provocaban estupor y un absoluto sentimiento de incredulidad.
Mientras la chica hablaba con un tono casi susurrante, Cid se debatía entre dos impulsos muy determinados. Hacerla callar y tratar de elaborar alguna clase de cuestionamiento o dejar que esa verdadera locura que salía de boca de Rubí continuara hundiéndolo de manera irracional. Se decidió por la primera opción. Apoyó el dedo índice en los labios de la chica y la hizo callar. Luego envolvió el rostro de Rubí con sus manos y le habló con extrema delicadeza.
-¿Te das cuenta que es muy difícil para mí tratar de comprender lo que me estás diciendo?
Ella giró la cabeza y se quedó con la mirada perdida en algún punto del bosque que Cid no alcanzaba a adivinar.
-Rubí por favor, no dejes de mirarme.
La chica obedeció de inmediato. Tenía los ojos inundados de lágrimas. Un atisbo de desesperación apareció en sus pupilas dilatadas.
-Cid ¿es posible que me creas si te demuestro con un hecho concreto lo que te estoy diciendo?
Por primera vez desde que habían empezado a hablar, Cid experimentó un sentimiento de real preocupación.
-No entiendo.
-Cuando te conté sobre nuestros dones olvidé mencionarte que las damas jóvenes tenemos prohibido utilizarlos públicamente. Sólo las jefas de Clan tienen la obligación de meditar y poner en práctica sus talentos en función del bien común.
Cid la miraba cada vez más confundido. ¿Acaso esta pequeña mujer estaba alucinando o era parte de un extraño juego macabro? Sacudió la cabeza intentando borrar esos pensamientos nefastos.
-Cid, antes de tomar una decisión por favor escuchame con atención. Según la fecha de mi nacimiento mi piedra de origen es el rubí. Por ese motivo fui bautizada con ese nombre. Mi piedra es llamada por los sabios “la piedra de la confianza”. Con el tiempo voy a poder desarrollar una habilidad profética absolutamente infalible. Además tengo la capacidad de
ahuyentar los malos pensamientos y de reforzar la confianza de cada una de las personas que necesiten de mi ayuda. Pero uno de los poderes más sobresalientes que poseo es la capacidad de ver hechos pasados y ayudar a la gente a aprender de ellos.
Cid estaba fascinado. La miraba con desconcierto pero al mismo tiempo no podía dejar de escucharla con toda atención.
-No quiero obligarte a demostrarme nada. Te confieso que esta historia es muy extraña para mí y…
Rubí no le permitió continuar. Sin dejar de mirarlo a los ojos, tomó sus manos con suavidad y le dijo:
-Cid puedo ver a una mujer en tu pasado. Los veo en una fiesta. Sí, definitivamente es una boda. –suspiró una vez más y agregó- Tu boda.
El muchacho se sobresaltó. Desde que se habían conocido nunca le había mencionado nada al respecto.
-¡Por favor no me tengas miedo, no podría soportarlo! –gimió la chica con desesperación.
Cid sin que mediara alguna palabra se abalanzó sobre ella y la abrazó con un súbito deseo de protección.
-No te tengo miedo Rubí –le murmuró al oído- Sólo estoy sorprendido.
La besó con ternura y agregó con una nota de pretendido humor:
-¿No vas a negarme que esto no le sucede a uno todos los días, no?
Ella sonrió con tristeza. Estaba profundamente conmovida. Veía el esfuerzo que él hacía para poder aceptar como un hecho natural una situación tan peculiar.
-Además estoy muy preocupado por mi salud mental y física. En vez de salir corriendo de aquí y perderme en el bosque, lo único que deseo es besarte y hacerte el amor hasta perder la razón.
Rubí sintió que las mejillas se le tornaban de un color púrpura profundo. Las palabras brotaron de su boca sin poder evitarlo.
-Olvidé mencionarte que otro de mis dones es incrementar la pasión y los deseos sexuales.
Antes de que él pudiera reponerse de semejante comentario, la chica ruborizada, confesó:
-Este no es el caso. Te puedo asegurar que no tuve nada que ver con tus ansias sexuales. Sería poco gratificante para mí hacer semejante cosa al respecto…
Cid soltó una sonora carcajada. El mundo estaba patas para arriba y sin embargo lo único que él pretendía era estar para siempre con aquella increíble mujer.
Recurriendo a todo el coraje del que era capaz, hizo la pregunta que le estaba dando vueltas en la cabeza desde hacía un largo rato.
-¿Tu familia sabe algo sobre mí?
Ella volvió a evitar su mirada y las manos comenzaron a sudarle copiosamente.
-Sí. Toda mi familia sabe lo que está sucediendo. Mi abuela te descubrió en mi mente en el mismo momento en que puse un pie en la casa. Es imposible evitar que Ágata –cuando se lo propone- vea todo lo que está instalado en tu interior.
Cid emitió un silbido de asombro y continuó con el interrogatorio.
-Aún sin siquiera conocerme, para ellas yo no tengo ninguna oportunidad ¿verdad?
La pena que revelaba el rostro de Rubí no hacía más que incrementar el deseo de Cid de abrazarla y protegerla.
-No tiene que ver con tu persona en particular. Cualquier hombre que estuviera en tu posición sería tomado como un enemigo peligroso para la familia. Ellas nunca te harían daño, pero te aseguro que van a recurrir a todas las formas que estén a su alcance para separarnos.
El muchacho negó con la cabeza de manera testadura. La voz sonó firme cuando dijo:
-Lo única forma de separarnos depende de lo que sientas por mí. Todo esto que acabo de escuchar es algo que apenas mi mente comienza a aceptar. Sin embargo mi amor está intacto o mejor dicho ha crecido aún más. Porque la valentía que me demostraste al contarme la verdad, hace que te quiera mucho más.
Volvió a besarla con una pasión arrolladora. Las emociones se mezclaban en su corazón agitando su respiración y envolviéndole los sentidos.
Ahora no sólo estaba seguro de quererla. Estaba orgulloso de ella. Admiraba el coraje y la determinación de aquella mujer.
Como una revelación, una frase que solía utilizar muy a menudo su hermano apareció en su cabeza y supo de inmediato la decisión que había tomado.
“Tengo en la mano la carta para jugar el juego, cuando quieras.”
La lucha acababa de comenzar…



Su piel

30 agosto, 2011

Capítulo 35 "Cid y Rubí" El Reencuentro

La noche estaba muy fría y apenas circulaba gente por el vecindario. Había luna llena y el cielo lucía plagado de estrellas. Sin embargo el bosque estaba en penumbras y era una verdadera locura arriesgarse a vagar sola por aquel lugar.
La crudeza del clima la había obligado a cambiar de ropa. Y pensar que había invertido toda la tarde junto con su hermana en elegir las prendas más adecuadas para el encuentro de la noche. A último momento debieron modificar la elección y no tuvo más remedio que recurrir a su campera de abrigo para no morir congelada en medio del bosque.
La salida de la casa resultó todo un éxito. Jade fue la encargada de colocar la escalera de madera que usaba con frecuencia el jardinero justo debajo del balcón de su cuarto. Después de saludar a su hermana y de recorrer el sendero de la casa en puntas de pie, comenzó una carrera loca que terminó abruptamente en la entrada del bosque. Cid y ella convinieron que el lugar adecuado para encontrarse era en el parador que compartieron aquella tarde de sol. Ahora a la distancia todo le parecía muy lejano y cada minuto que pasaba la desesperación por verlo se agigantaba cada minuto más.
Rubí miró por primera vez, el reloj que llevaba en su muñeca izquierda. Se lo había prestado su hermana ya que ella nunca usaba reloj y en esta oportunidad le era imprescindible calcular con precisión la hora del encuentro.
Faltaban sólo 8`para las 12 de la noche y ella corría entre los árboles evitando caerse sobre las gruesas raíces que se empeñaban en hacerla trastabillar a cada paso.
Los latidos de su corazón eran tan potentes que le retumbaban en el pecho como un enorme tambor. Agotada se recostó sobre un tronco húmedo que estaba a unos 100 metros de la entrada del parador. La respiración se le dificultaba y el frío le estaba calando los huesos. Temblaba como una hoja y tenía las piernas entumecidas. Por más que lo intentaba, desde aquella posición no lograba ver nada. Empezó a sentir un miedo sobrenatural. Miles de preguntas se agolpaban en su mente y todas las respuestas se le antojaban odiosas. Cerró los ojos con fuerza e intentó darse ánimo.
No era momento para flaquezas. Cid iba a estar allí como le había prometido. Este desasosiego que se había apoderado de ella era producto de su propia inseguridad. Inspiró con renovadas fuerzas y decidió que era hora de continuar.
Corrió velozmente los últimos 20 metros que la separaban de la entrada del parador. Mientras iba subiendo los escalones, sus ojos buscaban en la oscuridad el objeto de su deseo. Se tropezó varias veces y estuvo a punto de caer y lastimarse la cara.
Finalmente llegó a la plataforma principal. Temblando miró a su alrededor y descubrió con desesperación que allí no había nadie. Con una horrible sensación de abandono le echó una ligera mirada al reloj. Las agujas fluorescentes señalaban con rigurosa precisión las 12.08 de la noche.
Millones de imágenes bombardeaban su mente y un sollozo silencioso la sacudió con la intensidad de un temblor. Se cubrió la cara con las manos y se dejó caer de rodillas sobre el piso de madera del parador.
En un principio pensó que había sido un truco de su imaginación. Después aguzó el oído y volvió a escuchar el mismo sonido lejano que se confundía con la fuerza del viento que azotaba en ese momento el parador.
La larga cabellera se le enredaba en el rostro y no le permitía ver con claridad. Cuando por fin pudo despejar sus ojos descubrió que una silueta alta y delgada se acercaba a ella lentamente. Estaba a menos de 10 metros de distancia y el olor de su cuerpo la envolvió como una ráfaga arrolladora. Comenzó a reír como una desquiciada.
-Viniste… -dijo con la voz entrecortada.
-Claro. ¿Acaso no te dije que iba a venir a buscarte? –la voz de Cid sonó cálida y burlona a la vez.
Ella permaneció de rodillas sin atreverse a mover un sólo músculo de su aterido cuerpo. Cid se fue acercando con pasos veloces y una vez que estuvo cerca le tomó las manos con suavidad y la incorporó lentamente. Al ver el rostro de Rubí salpicado de lágrimas no pudo contenerse y comenzó a besar cada uno de aquellos cristales de pesar con una ternura sobrecogedora.
Se abrazaron con pasión. Estaban unidos y conectados desde un lugar que ninguno de los dos podía explicar lógicamente. Permanecieron enlazados un tiempo hasta que Cid le acarició las mejillas con tierno cuidado. Rubí sentía que su cuerpo estaba irremediablemente pegado al de él. Por ninguna razón podía ni quería separarse de ese hombre que le había embrujado el corazón.
-¿Estabas llorando prinzessin?
-Yo pensé que… yo creí que…
Rubí no pudo terminar la frase. Los labios de Cid se sumergieron en los suyos con una pasión devastadora. Las sensaciones se entrelazaban y eran una mezcla de fragilidad, dulzura, ardor y delirio. Era como si cada cuerpo se inflamara con el combustible del otro. Los ojos de la joven estaban en llamas y Cid no podía dejar de conmoverse ante semejante entrega.
La sangre corría vertiginosa por sus venas y era como si miles de hogueras se prendieran en su interior y lo lanzaran hacia esa mujer y no le permitieran pensar más que en ella.
Rubí apenas podía respirar. Mientras Cid la besaba ella reía y murmuraba palabras que jamás había imaginado llegar a pronunciar. Él era como una poción que le envenenaba las venas. ¿Acaso estaría perdiendo la razón?
-Estás congelada Rubí. Mi camioneta está estacionada detrás del parador.
Ella permaneció colgada de su cuello y le devolvió una mirada cargada de duda. Cid le tomó la cara con ambas manos y colocó su propio rostro a escasos milímetros del de ella. Rubí quedó sin aliento.
-Nunca vamos a hacer nada que no deseemos los dos. Nunca. Además no puedo permitir que tu primera vez sea en la cabina de una camioneta. Te quiero demasiado para ser tan egoísta.
Ella no daba crédito a lo que estaba escuchando. Se esforzó por mantener la cordura, sin embargo las palabras escaparon espontáneamente de los labios.
-Yo nunca te dije que…
-Shhhhhh. –dijo él apoyando su dedo índice sobre su boca- ¿Acaso me equivoco?
Las mejillas de Rubí se encendieron como brasas.
-¿Tan obvia soy?
Cid le envolvió el cuerpo con un abrazo fuerte y masculino.
-Rubí, la única mujer que quiero en la vida está parada frente a mí en este preciso momento. Y de “obvia” no tiene nada.
Mientras caminaban juntos hacia la camioneta, Rubí cobijada por el amoroso brazo de Cid recordó algo que él le había dicho tiempo atrás.
“La suerte está echada. Nada va a volver a ser como antes para ninguno de los dos.”



La hostería que había encontrado Ámbar para alojarse estaba ubicada a pocas cuadras del centro de Cariló. Estaba muy satisfecha con la elección ya que la posada no era demasiado costosa y los dueños del lugar eran un matrimonio muy amable.
A pesar de ser temporada baja le habían acondicionado una habitación muy agradable y la comida que le habían servido estaba exquisita.
Era demasiado tarde para dar una vuelta por el pueblo de modo que dejaría para la mañana siguiente uno de sus objetivos principales. Experimentaba un especial deleite al imaginar la cara de Rubí Roccia cuando la viera por allí.
Las dos se detestaban pero sin lugar a dudas ella era mucho más rencorosa que Rubí. Con seguridad la muy infeliz estaría tan vulgar como de costumbre, con ese aspecto desaliñado que ella detestaba tanto.
¡Qué mujer tan poco femenina! Por más que se esforzaba, no podía recordarla usando otra cosa que no fueran unos jeans desgastados y esas camisetas holgadas dignas de un jugador de fútbol.
Eran tan diferentes… Ella adoraba la moda y nunca dejaba de cuidar su imagen. Ya tenía en mente la ropa que iba a usar para el encuentro y moría por ver la expresión de sorpresa de aquella pelirroja estúpida.
Había manejado varias opciones, pero sin duda la excusa ideal era pasar “casualmente” por la casa de la familia Roccia para visitarlas y enviarles saludos de parte su abuela Ópalo.
Faltaban pocas horas para empezar a divertirse como a ella le gustaba.
Sólo era cuestión de esperar.



Cid y Rubí



29 agosto, 2011

Capítulo 34

Eran casi las 9 de la noche y Topacio se disponía a cerrar el negocio. Ya casi no quedaban turistas por los alrededores y el resto de los locales ya habían cerrado sus puertas. El timbre del teléfono la sorprendió mientras acomodaba las últimas cajas de dulces artesanales.
-Hola hermanita.
El tono irónico de su hermana la sorprendió con la guardia baja.
-¿Dónde estás Ámbar? –gritó Topacio con rencor.
-Parece que estás nerviosa querida.
Haciendo caso omiso a la manera descarada con la que la trataba su hermana, Topacio insistió.
-Te pregunté algo Ámbar.
-¿Acaso la abuela no te leyó la nota que tan amablemente les dejé en la cocina?
-Te estás metiendo en graves problemas. –le advirtió la joven con seriedad.
La risa sarcástica de Ámbar retumbó odiosa en el oído de su hermana.
-Topacio no me hagas perder más tiempo. Sólo llamaba para que se quedaran tranquilas. Estoy sana y salva.
-Ópalo está muy enojada. Esta vez te pasaste de la raya.
-Uyyyyy ¡qué miedo!
-Ámbar…
-Ya me aburriste. Mejor me voy a buscar una linda posada para descansar. Bye.
Antes de que Topacio pudiera contestar Ámbar había cortado la comunicación. En ese momento Ópalo ingresó al local.
La cara de la chica estaba desencajada. Su abuela preocupada se acercó hasta ella y la interrogó con la mirada.
-Ámbar acaba de llamar. –dijo susurrando.
El gesto de Ópalo se endureció. Una ira fría y profunda se apoderó por completo de su espíritu.
-No quiero saber nada de ella. Estoy muy decepcionada.
-Abuela…
-Tu corazón es demasiado generoso. Siempre imploré a Dios para que ambas fueran personas dignas y responsables. No es el caso de tu hermana. Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de la mujer en que te has convertido.
La chica abrazó a su abuela con emoción. Siempre se había sentido inferior a su hermana, sin embargo las palabras de Ópalo gratificaron su alma.
Quizás ya era hora de que las máscaras comenzaran a caer y que la verdad se hiciera evidente para todos.



Las tres mujeres estaban reunidas en el living de la casa. Hacía un rato largo que habían finalizado la cena y en estos momentos saboreaban un exquisito café que había servido Amatista.
La televisión estaba encendida pero ninguna de ellas le prestaba atención, con excepción de Esmeralda que miraba hipnotizada una de sus series favoritas.
La niña estaba tan concentrada que las mujeres decidieron hablar sin ninguna clase de recaudos.
El problema que ocupaba toda su atención era Rubí. Ninguna de ellas había logrado progresar con respecto a ese tema y todas temían que si dejaban que las cosas siguieran el rumbo que habían tomado las consecuencias serían aún más graves.
Ágata fue la primera en hablar.
-¿Rubí y Jade están en su cuarto?
-Si. Subieron después de cenar. –respondió Marina con gravedad.
-Sinceramente imaginé que Jade iba a tratar de hacerla entrar en razones.
-Pero mamá –intercedió Amatista- Jade es su hermana. Además apenas tiene un par de años más que Rubí. Supongo que en muchas cosas, ella se ve reflejada en su hermana.
-Me gustaría saber tu opinión Ami. –dijo Marina mientras bebía un sorbo de café.
La joven mujer bajó la mirada y con dedos nerviosos comenzó a jugar con una servilleta de papel que tenía sobre su regazo.
-Ustedes saben cuanto quiero a las chicas. Es muy difícil para mí ponerme en su contra.
-Ese no es el tema, Ami. En este caso estamos hablando de algo muy grave. La conducta de Rubí puede provocar situaciones muy extremas y dolorosas para todas. Soy su madre y debo pretender lo mejor para su vida.
Amatista miró a su hermana mayor y dijo con voz ahogada:
-¿Alguna vez te pusiste a pensar que quizás “nuestra vida” no sea la mejor opción para Rubí?
Sorprendida ante la pregunta de su hermana, Marina se quedó en silencio sin saber que responder. Ágata tomó la palabra.
-No es necesario recordarte que de “nuestra vida” dependen muchas otras. Si tan sólo fuera un problema personal esto ni siquiera lo estaríamos discutiendo. Pero…
-Pero no todas las personas tienen la fortuna de encontrar al amor de su vida. Es mucho más fácil aceptar nuestro destino cuando el corazón permanece frío y sin esperanzas.
-Es muy triste lo que me estás diciendo Amatista. Nunca imaginé que pensaras así. Es más, con la noticia de tu embarazo pensé que habías elegido seguir la tradición con total felicidad.
A Amatista se le llenaron los ojos de lágrimas. Seguir callando la angustiaba cada día más. Decidió que ese era el momento de hablar.
-No puedo seguir engañándolas. Esta hija que estoy gestando es el producto de un profundo sentimiento de desesperación. Ningún hombre logró conquistar mi corazón, sin embargo estoy segura que mi hija va a compensar esa insoportable sensación de soledad que me persigue desde hace tanto tiempo. En ningún momento engendré al bebé para cumplir con las reglas del Clan. Ya se que es muy egoísta mi decisión. Pero cuando ella crezca no pienso obligarla a seguir ningún mandato familiar.
Ágata y Marina se miraron con incredulidad. Ami siempre había sido una muchacha muy dócil y nunca imaginaron que hubiese forjado un carácter que demostrara semejante determinación.
-Aunque ninguna de las dos se atrevieron a hablarme sobre el tema, conozco el esfuerzo y la dolorosa decisión que tomaron en su momento en pos de la prolongación de nuestro linaje. Sin embargo en mi caso no puedo cumplir con la segunda parte del ritual. Si bien nunca más veré al padre de mi hija, ella no va a estar obligada a cumplir con ninguna clase de tradición. Espero que Dios y ustedes puedan perdonarme.
Las sinceras e inesperadas palabras de Amatista dejaron a su madre y a su hermana sumidas en un profundo silencio.
En el enorme living solamente se oían las voces distorsionadas de la película que estaba mirando Esmeralda por televisión.
La crudeza de la verdad golpeaba sin piedad y dejaba a su paso un verdadero tendal de emociones encontradas.



Esmeralda




28 agosto, 2011

Capítulo 33

Hacía más de dos horas que Jade y Rubí estaban encerradas en su cuarto. La habitación parecía el probador de una tienda de ropa para adolescentes. Rubí le suplicaba a su hermana que la ayudara a elegir el equipo más apropiado para su encuentro con Cid.
Ella nunca se había interesado demasiado por la ropa y ahora padecía su falta de experiencia.
Ni hablar de utilizar maquillaje. Y mucho menos dedicarle más de 5`al arreglo de su indomable cabellera, que hasta el momento de conocer a Cid siempre llevaba sujeta en una simple cola de caballo.
Ahora estaba desquiciada y no sabía como comportarse. Todo parecía estar en su contra. Tenía tantas cosas que hablar con Cid. Además debía revelarle el secreto de su familia con todo lo que ello implicaba. ¿Y si se horrorizaba? ¿Y si creía que ella era una demente que inventaba toda esa historia?
Sí, definitivamente se estaba volviendo loca. La voz de Jade la devolvió a la realidad.
-¡Rubí! Hace media hora que te estoy hablando.
-Perdoname Jade es que…
-Ya sé no me digas nada. En tu lugar yo estaría igual. Pero ahora no tenemos tiempo para perder.
-Ok. ¿Qué hago entonces?
-Si siente algo parecido a lo que yo imagino, nada va a poder detenerlos. Lo importante es que sepa la verdad. Debe aceptarte con tus defectos y tus virtudes. ¿Entendido?
-Entendido. Jade…
-¿Qué?
-Gracias.
Chocaron las manos en el aire como si hubieran convertido un tanto en el paddle. En ese momento alguien llamó a la puerta.
Era Amatista. Las chicas no sabían que hacer. Si la dejaban entrar, su tía iba a ver el cuarto y adivinaría de inmediato lo que estaba sucediendo. Como no recibió respuesta alguna, Amatista susurró a través de la puerta.
-Me gustaría ayudarlas.
La puerta se abrió lentamente y Rubí permitió que su tía ingresara a su habitación. Los ojos de la mujer se abrieron como dos enormes platos.
-¡Dios mío! ¿Acaso hubo un terremoto y yo no me di cuenta?
Las tres comenzaron a reír a carcajadas. Realmente el sitio parecía una zona de guerra. Amatista se sentó en la cama de Jade y miraba asombrada el despliegue de jeans, remeras, faldas y demás prendas de vestir que inundaban el lugar.
Sin duda ya era hora de poner orden en semejante caos visual.



Faltaban pocas horas para que cayera lo noche sobre la capital de Portugal. Las damas que asistían a Zafiro Pedra redactaban sin descanso las cuartillas que cada una de las jefas de familia iban a recibir el día del encuentro en Valdivia.
Si bien durante siglos esta ceremonia venía repitiéndose exactamente cada dos años, era imprescindible tener un recordatorio de cada una de las normas que se debían cumplirse durante el desarrollo del evento.
Los puntos más sobresalientes de dichas reglas eran las siguientes:
-Las representantes de cada familia deben asistir al ritual y presentar el trozo de piedra sagrada que tienen en custodia.
-Cada una de ellas tienen prohibido utilizar sus dones durante el desarrollo de dicho encuentro.
-Dichas mujeres deben exponer de manera escrita y oral las novedades que se hayan producido en sus respectivas familias.
-Las damas encargadas de las Relaciones Exteriores deben exponer un resumen de la situación mundial, basado en sus contactos con los principales líderes políticos.
-Presentar de manera escrita las modificaciones que consideren deben debatirse en el seno del Clan.
-Por votación se debe ratificar o rectificar la Jefatura General del Clan.

Zafiro sabía que la mayor parte de la organización estaba prácticamente resuelta, sin embargo no podía relajarse y un sentimiento de inquietud le impedía descansar durante las noches. Acontecimientos importantes iban a desencadenar
momentos de tensión en las diferentes familias. Conocía a cada participante y podía intuir cada una de sus reacciones.
No iba a ser nada fácil poder controlar dicha situación. Por ese motivo los últimos días se había estado aferrando a las palabras del texto sagrado y había tratado de imbuir su alma de la enorme sabiduría que aquel libro contenía desde hacía tantos siglos atrás.
La actitud de Ópalo Pierre y el regreso sorpresivo de Rosa Pietra le provocan una inequívoca señal de alarma. Ambas mujeres eran damas de mucho prestigio y su permanencia al frente de sus respectivas familias le había conferido un poder que impresionaba de manera particular al resto de los clanes. Zafiro creía firmemente que cada una de esas damas poseían dones benéficos, sin embargo y a pesar de haber sido casos muy aislados, algunas mujeres de familias muy honradas se habían visto tentadas por la codicia y la ambición.
Su capacidad para sintonizar con el ser superior le otorgaba la posibilidad de ver situaciones futuras y lo que últimamente estaba vislumbrando no le provocaba alivio alguno. Todo lo contrario.



Sólo faltaban un par de horas para que Cid llegara a Cariló. Había conducido casi sin parar y a pesar de estar cansado y con los músculos doloridos por tantas horas manejando, la ansiedad por encontrarse con Rubí era superior a cualquier contratiempo físico. Para distraerse había cargado la camioneta con una veintena de cds que iba escuchando a lo largo de los miles de kilómetros que lo separaban de la mujer que le quitaba el sueño.
Una canción en particular martillaba su cabeza y le causaba un estremecimiento especial cada vez que la escuchaba.
“Ella parece sospechar parece descubrir, en mí
que aquel amor es como un océano de fuego.
Oh mi corazón se vuelve delator,
la fiebre volverá de nuevo.”
Aquellas palabras eran como puñales que le perforaban el cuerpo y lo dejaban frágil y vulnerable. Rubí era una persona casi desconocida, apenas habían compartido unas pocas horas juntos, sin embargo su presencia lo hacía sentir vivo y su ausencia lo sumía en una inexplicable desazón.
Deseaba con desesperación volver a ver a esa mujer. Al mismo tiempo no podía dejar de aceptar que Rubí apenas era una adolescente que quizás en un par de días se aburriera de él y lo abandonara sin más.
Los sentimientos se le enredaban en el corazón y su habitual sentido de la lógica se perdía entre el deseo y la necesidad imperiosa de abrazar a aquella pequeña mujer.
Los ojos de Rubí brillaban como enormes hogueras en las que él se consumía con absoluto placer. Las veces que había rozado sus manos comprobó la suavidad que emanaba su piel. Era tan espontánea al hablar, que lo sobrecogía tanto derroche de naturalidad. A pesar que él le llevaba 8 años, ella demostraba mayor seguridad y confianza.
Sin duda y aunque el destino más tarde le jugara una mala pasada, nada iba a impedir que él se sumergiera sin reservas en la vertiginosa corriente que lo llevaba hasta donde ella lo estaba esperando.






27 agosto, 2011

Capítulo 32 "El misterio del collar"

Era la hora del mediodía y Esmeralda acababa de llegar de la escuela. Después de despedirse de sus amigas caminó por el sendero que la llevaba a su casa. Ágata hacía poco más de una hora que había finalizado su meditación y la estaba esperando en la puerta principal.
Los últimos días la niña había notado una extraña tensión en su hogar. Sus hermanas mayores casi no hablaban con ella y advertía mucha preocupación en el rostro de su madre y de su tía. Era la oportunidad perfecta para hablar con la abuela. Seguramente ella le confiaría la verdad. Se acercó a la anciana y colgándose de su cuello le propinó un sonoro beso.
Ágata no pudo reprimir una enorme sonrisa de satisfacción. Adoraba a es nena. Era el sol de su vida.
-¿Qué tal el día en la escuela?
- Normal, abuela. Hoy tuvimos prueba de matemática pero fue muy fácil.
- ¡Muy bien! Entonces vamos a cambiarte de ropa y a comer unas ricas milanesas.
Los ojos de Esmeralda se iluminaron. Su abuela le había preparado una de sus comidas favoritas. Mientras ingresaban a la casa casi se tropiezan con Jade que bajaba las escaleras.
-¡Perdón! –se disculpó la chica y desapareció como un rayo.
Esmeralda miró sorprendida a su abuela y dijo:
-En esta casa está pasando algo raro…
La mujer continuó caminando e intentó evadir la mirada interrogadora de su nieta.
-Abuela ¿qué está pasando? –insistió la niña.
-Nada importante Esmeralda. Cosas de gente grande. –respondió la mujer con una sonrisa forzada.
-Pero las chicas hace muchos días que no me hablan y…
-Quedate tranquila. Tus hermanas ya están grandes y a veces se distraen con otras cosas.
Marina que había presenciando la escena sintió una punzada de culpabilidad. Debido a la preocupación que le provocaba la situación de Rubí le había estado dedicando poca atención a su hija menor. Se acercó a la nena y la besó con ternura.
-¡Llegó al reina de la casa!
Esmeralda revoleó los ojos con sorna. Su madre solía decir esas cosas cuando se sentía en falta.
-Ay mamá… -gimió con desdén para luego desaparecer por las escaleras.
Ágata se quedó anonadada. Esa niña era más inteligente de lo que todas imaginaban.
-Tus hijas no dejan de sorprenderme.
- A mí tampoco mamá. A mí tampoco. –repitió con genuina sorpresa.



Las mujeres del clan Pietra tenían una rutina rígida y muy bien organizada. Desde hacía muchos siglos se aferraban a las antiguas costumbres y nunca osaron modificar ninguno de aquellos hábitos. Eran las damas más ortodoxas de todos los clanes y toleraban con impuesta resignación las modificaciones que el tiempo le iba dictando a su honorable linaje.
Sin embargo las visiones que estaba teniendo una de las hijas de Rosa Pietra ponía la nota de alarma en el seno de la familia.
Rosa era una mujer muy recta y poco afecta a la modernidad y los presagios que visualizaba su hija la ponían en guardia. Estaba muy molesta con la actitud de Zafiro Pedra. Ella había intentado advertirle lo que sucedía y la dama portuguesa se había negado a escucharla. Últimamente las actitudes de Zafiro provocaban enorme escozor en los clanes de Europa.
La situación mundial se tornaba alarmante y no era un buen momento para flexibilizar las normas que la tradición les indicaba. Sin duda la próxima reunión iba a ser decisiva en muchas cosas. No sólo se iba a tratar de solucionar el conflicto generacional si no que ella misma iba a poner en tela de juicio el desempeño de Zafiro en la jefatura del Clan.
Ya era hora de pegar un golpe de timón y volver a las viejas fuentes. Faltaba poco tiempo para el encuentro de modo que no debía perder más tiempo. Las alianzas debían comenzar a tejerse sin mayor dilación. Era cuestión de conversar con las damas apropiadas y establecer un frente común que las ayudara a lograr el objetivo.
Una de las muchachas de la casa le informó que tenía una llamada desde América. Rosa Pietra sonrió con una mueca de sorpresa cuando escuchó la voz que la saludaba desde el otro lado de la línea.
-¡Buenas tardes estimada amiga!
-Buenas tardes mi querida Ópalo.
-Espero no molestarte.
-Para nada. ¿En qué puedo ayudarte?
Ópalo Pierre permaneció en silencio. Sus palabras debían ser las correctas, de otro modo su plan quedaría en evidencia.
-Rosa, tengo un problema muy grave y necesito de tu ayuda para intentar solucionarlo.
La dama italiana se puso en guardia y esperó sin decir palabra alguna.
-Mi nieta Ámbar me está causando mucho pesar. Su rebeldía me está trayendo muchos problemas y temo que si no
tomo pronto una decisión las cosas pasen a mayores.
-Continua por favor.
Ópalo supo que esa era su oportunidad y no pensaba desaprovecharla.
-Recurro a tu persona porque aunque me duela admitirlo, Zafiro Pedra se negó a ayudarme con este tema.
El comentario pegó directamente en el blanco. La respiración agitada de Rosa podía escucharse con absoluta claridad.
Ópalo sonrió astutamente.
-Creo que mi nieta necesita de la disciplina y del ejemplo de las damas italianas, que honran con su rigor las costumbres de nuestras honorables hermanas.
Rosa Pietra tenía las mejillas en llamas. El corazón le galopaba y el orgullo le henchía el pecho.
-Me halagas con tus palabras querida Ópalo.
-Es la verdad Rosa. Hace mucho tiempo que creo que las cosas no están saliendo bien. Es una realidad la enorme cantidad de deserciones que estuvo padeciendo el Clan. Y no es un asunto menor las repercusiones nefastas que estas actitudes le causaron al Universo. La política de Zafiro Pedra deja mucho que desear y no creo que su afán por la conciliación de las
ideas nos hayan traído beneficio alguno.
Rosa no daba crédito a lo que estaba escuchando. La inesperada llamada de Ópalo era como una respuesta celestial a las
cuestiones que ella se había estado preguntando apenas unos minutos atrás.
-Nuestros pensamientos son muy parecidos Ópalo. Creo que nuestro próximo encuentro va a ser muy interesante.
Con respecto a tu nieta, mi casa está abierta para cuando lo consideres oportuno. Sólo necesito que me informes la fecha aproximada de su arribo.
-Te lo agradezco de todo corazón Rosa. Sabía que podía contar con tu ayuda.
-Ni una palabra más entonces. Espero tu llamada.
Ópalo Pierre no podía creer lo estupendo que había resultado su plan. Había logrado matar dos pájaros de un tiro.



Claus había compartido un ligero almuerzo junto con sus hijos y un súbito pensamiento se había instalado en su mente y a pesar de su esfuerzo no había logrado apartarlo de allí. Por ese motivo, decidió pasar por su escritorio antes de retirarse a dormir la siesta. Cerró la puerta con llave y con pretendida serenidad abrió la pequeña caja fuerte que tenía empotrada frente a su escritorio. Había guardado el viejo cofre de Karl en aquel lugar. No quería admitirlo pero ese tema lo inquietaba y no le permitía estar en paz.
El dibujo de la mujer, las notas ininteligibles y aquella pulsera de plata con el cierre roto…
Tomó la joya y comenzó a observarla con detenimiento. De pronto sus ojos quedaron fijos en un detalle que había escapado a su atención. Entre los eslabones desgastados por el tiempo una pequeña piedra colgaba solitaria. Parecía una pequeña lágrima que brillaba con intensidad a pesar del polvo que la cubría. Su mirada incrédula se desvió hacia el viejo dibujo y su sorpresa fue mayúscula. Estaba consternado.
Del cuello de la joven mujer colgaba una réplica perfecta de la piedra que él sostenía entre sus temblorosas manos.




El Dije








26 agosto, 2011

Capítulo 31

Faltaban poco días para la reunión del Clan y Amatista sentía que la ausencia de su madre iba a ser poco conveniente para el equilibrio emocional de la familia. Ella iba mejorando con su embarazo pero la situación con su sobrina se estaba complicando y no veía la forma de poder controlar los enfrentamientos que su intuición le estaba presagiando.
Si bien las damas de su clase padecieron lógicos momentos de dudas, el agua no había llegado al río y el afán por mantener la armonía y la prolongación de la especie habían finalmente triunfado.
Esta vez todo resultaba más complicado. Rubí era una muchacha muy persistente No claudicaba ante nada y su notable fuerza de voluntad era capaz de enfrentar cualquier desafío.
Su hermana y su madre trataban de no involucrarla en el problema, pero el amor que sentía por sus sobrinas le impedía apartarse de semejante encrucijada. Las chicas eran su debilidad y siempre había apoyado todas sus decisiones. Pero en esta ocasión todo era diferente. Estaba en juego no sólo el futuro de Rubí sino el destino de muchas personas.
En silencio Rubí se acercó a su tía y le plantó un sonoro beso en le mejilla. Amatista sorprendida abrió los brazos y enlazó con ternura la cintura de la chica.
-¡Me asustaste Ojos de Fuego!
Rubí se rió con ganas. Hacía mucho tiempo que su tía no la llamaba de esa manera.
-¡Esa era la idea!
Ambas comenzaron a hacerse cosquillas y tentadas de risa cayeron exhaustas sobre los sillones del living.
-Te quiero tanto Rubí.
-Yo también tía.
La mujer abrazó a la jovencita y comenzó a acariciarle la cabeza con ternura.
-No quiero que discutas con tu madre y mucho menos con Ágata.
-Yo tampoco quiero discutir. Pero te juro que esto no lo puedo controlar.
-Ya lo sé Rubí. En tantos siglos de lucha muchas mujeres han pasado por situaciones de pesar y de duda.
La muchacha se incorporó y con sus pupilas en llamas dijo con voz decidida:
-No tengo dudas, tía. Yo le pertenezco y él me pertenece a mí.
Amatista se esforzó por ocultar su angustia y le preguntó con precaución:
-¿Acaso ustedes dos ya han…?
La respuesta fue contundente.
-Ni siquiera nos hemos tocado. Eso lo hace más fuerte aún.
La mujer suspiró.
-¿Cuál es su nombre? –preguntó.
-Su verdadero nombre es Agustín. Pero su mamá siempre lo llamó Cid. ¿Sabés que significa Cid en árabe?
Amatista negó con la cabeza.
-Cid significa “El Señor”. Nunca conocí a alguien así. Me trata como a una verdadera mujer.
Finalmente Amatista se atrevió a hacer la pregunta que más le preocupaba.
-Rubí ¿le contaste algo sobre nuestra familia?
Los ojos de la joven se cubrieron de sombras. Fue como si un puñal atravesara su corazón. Las lágrimas le ahogaron la voz. La mujer se estremeció viendo el sufrimiento de su sobrina. La abrazó con infinito amor. No podía confrontarla. La amaba demasiado como para exponerla ante semejante dolor.
En ese preciso momento tomó una decisión que sabía iba a provocarle muchos problemas.


Al otro lado del océano Zafiro Pedra revisaba minuciosamente los informes de cada una de las asistentes a la reunión. Las honorables damas del Clan tenían un sinnúmero de obligaciones, una de ellas era mantener a la cúpula principal al tanto de todas las novedades que se produjeran en cada familia.
Zafiro revisaba datos, fechas de nacimientos, embarazos en curso y viajes de estudio entre tantas otras cosas. Este era el segundo día que se dedicaba a realizar esta tarea. Algo en especial había llamado su atención y ahora no podía recordar que era. Esto la tenía muy preocupada porque si estaba en lo correcto, en la próxima reunión se iban a producir revelaciones muy importantes. Dos legajos en especial se encontraban entre sus manos. Estaba segura que allí estaba la clave para recuperar el dato perdido.
Las hojas se apilaban sobre el escritorio y formaban pequeñas montañas de papel que parecían empeñarse en ocultar la valiosa información. Tras las gafas sus ojos lucían cansados y ansiosos.
De pronto una leve brisa proveniente del ventanal le descubrió unas hojas que habían quedado debajo de la pila. El marcador amarillo que había utilizado para resaltar aquellas palabras le ofreció la respuesta inmediata.
“Santo Dios”, murmuró la mujer santiguándose y dejando caer los papeles sobre la mesa.
Volvió a mirar los documentos sin poder dar crédito a lo que estaba viendo. No cabían dudas, las fechas eran las correctas.
Ambas mujeres eran de una pureza suprema. Las dos habían nacido el primer día del comienzo de cada estación. Ellas eran dignas representantes de su clase. Sus rasgos físicos y su carácter representaban con total fidelidad las notables características de su piedras de origen.
En los últimos tiempos esto no había sucedido con asiduidad. Por ese motivo esta circunstancia era tan especial. La desazón de Zafiro era consecuencia de una situación difícil de conciliar. Desde el mismo momento de su nacimiento ambas mujeres experimentaban una repulsión mutua imposible de controlar.
Si bien todas las damas tenían la secreta esperanza de lograr reunirlas, con el tiempo comprobaron que la distancia entre ellas era cada vez más insalvable. En una oportunidad las mujeres más ancianas del Clan debieron intervenir para que no se produjera un hecho lamentable.
Ahora los acontecimientos le iban a jugar una mala pasada. No tenían más remedio que conciliar. Ambas habían cumplido la mayoría de edad y no podían comportarse como dos chiquilinas obcecadas.
Además la debilitada situación actual les exigía un comportamiento acorde con lo que se esperaba de ellas. Las familias serian notificadas en el próximo encuentro y el proceso debía poner en marcha lo más rápido posible.
Zafiro miró por última vez las fechas. Se levantó lentamente del escritorio y con paso seguro abandonó la habitación.
Fecha de Nacimiento: 21 de Marzo de 1992 – Fecha de Nacimiento: 20 de Mayo de 1991.


Faltaban apenas 5 horas para que el ómnibus que trasladaba a Ámbar arribara a la costa. El viaje se estaba tornando bastante aburrido y ya nada la entretenía. Ni el Ipod, ni los juegos en el celular, ni siquiera las revistas que había comprado en varios puestos de diario lograban distraerla.
Los asientos le resultaban incómodos y ya no le divertía escuchar las aburridas conversaciones ajenas. Eran un grupo de pasajeros bastante eclécticos. Un par de ancianas con aspecto de turistas extranjeras, dos matrimonios de cuarentones con unos hijos odiosos que se la pasaban gritando todo el tiempo y el resto eran hombres de diferentes edades que parecían viajantes de comercio. En resumen, nadie para divertirse un rato.
Miró por la ventanilla del micro y suspiró contrariada. Kilómetros y kilómetros de campo se sucedían sin cesar. Cerró los ojos por un momento e intentó imaginar las caras de su abuela y su hermana al encontrar la nota que les había dejado.
Una sonrisa satisfecha se dibujó en sus labios. Pensó en llamarlas al llegar a destino. En verdad no quería preocuparlas demasiado, sabía que si tiraba mucho de la cuerda Ópalo podía ponerse bastante contrariada y eso no le gustaba para nada. Tampoco era para tanto, al fin de cuentas se estaba tomando un pequeño descanso.
Además iba a aprovechar el viaje para visitar a una amiga muy querida. Una risa irónica escapó desde su interior.
¡Cuánto tiempo sin verte querida Rubí!



Camino a Cariló