11 noviembre, 2011

Capítulo 86 "Castigos"

Amanecía en Vaduz. Desde muy temprano la actividad dentro de la residencia de la Guardia Secreta había sido febril.
Las damas del Clan de las Piedras se hicieron cargo de la situación y decidieron de común acuerdo cerrar las puertas de aquel lugar hasta nuevo aviso. Las Guardianas debían ser trasladadas a Esmirna para ser sometidas a juicio y permanecer detenidas en Turquía el tiempo que el tribunal dispusiera. Sus faltas habían sido demasiado graves y debían pagar con una pena que sirviera de ejemplo para las nuevas generaciones de sacerdotisas.
Aldonza, Agustine, Cordelia y Francina iban a ser destinadas a Portugal. Zafiro Pedra tenía la plena convicción que aquellas jóvenes debían tener una nueva oportunidad. Ella junto con las damas portuguesas se harían responsables de su educación.
El resto de las muchachas que había comenzando su entrenamiento con las viejas guardianas, serían devueltas a sus respectivas familias y debían regresar para recibir su nueva educación recién cuando cumplieran los 18 años.
La enorme residencia quedaría en manos de los tres sacerdotes que tenían la obligación de cuidar las instalaciones y recibirían la visita mensual de una comisión especial, que vigilaría su comportamiento y el cumplimiento del nuevo juramento de lealtad para con el Clan y por el cual se habían comprometido de manera reciente.
Mientras cada uno de los involucrados se ocupaba de su respectiva tarea, Zafiro Pedra junto con Alina Gestein y Celestina Rocher hablaron por última vez con las antiguas Guardianas del Clan. La reunión se efectuó en el antiguo escritorio donde las ancianas mujeres tomaron las terribles decisiones que las llevaron a perder el poder que tanto habían deseado recuperar.
Jean ya reestablecida, estaba sentada en su antigua silla. Era curioso pero a pesar de las circunstancias, su postura era similar a la de una verdadera reina. Therese y Clarencia se hallaban aferradas a un obstinado silencio y Edana que había elegido ubicarse lejos de sus compañeras, continuaba haciendo gala de una actitud desafiante y ruin.
Zafiro Pedra miró a las cuatro mujeres con resignación.
-Tengo la obligación de informarles que en un par de horas serán trasladas a Turquía y permanecerán allí hasta que se celebre el juicio que el Clan piensa efectuarles.
Ninguna de las aludidas emitió comentario alguno. Zafiro continuó.
-Estarán bajo la custodia de nuestras hermanas en Esmirna y tienen absolutamente prohibido utilizar alguno de sus poderes. Confío que no va a ser necesario que las damas turcas se vean en la obligación de hacerles ingerir alguna de nuestras ancestrales pociones.
La velada amenaza lanzada por Zafiro Pedra produjo el efecto deseado. La portuguesa intuía quien iba a reaccionar ante la advertencia, pero después de todas las cosas que habían sucedido, quería estar segura.
Edana la miró con una declarada hostilidad. Con los brazos en jarra se acercó peligrosamente a Zafiro y exclamó:
-¡Esto es el colmo! Nunca imaginé que la “piadosa Zafiro” fuera capaz de amenazar. Esa sí que es una verdadera novedad.
La Jefa Suprema del Clan no perdió el control ni por un sólo momento.
-No fue mi intención sonar amenazante, Edana. Mi objetivo es informarte lo que va a suceder con ustedes en el caso de que no se atengan a nuestras órdenes. Creo que aún no comprendes que es necesario que vuelvan a ocupar el lugar que nunca debieron abandonar.
Edana herida en su orgullo volvió a atacar como una fiera salvaje.
-¿Esa es tu manera de agradecer el servicio que le hemos prestado al Clan durante los últimos siglos?
Zafiro giró lentamente y con una mirada glacial manifestó de modo contundente:
-Excepto por la persecución encarnizada a Turquesa Roccia, la desaparición de Esmeralda Rots y la muerte de mis entrañables damas portuguesas, entre otros tragedias de las cuales fueron responsables, en verdad el Clan de las Piedras debería estarles eternamente agradecido.
Un silencio mortal recorrió el salón de Vaduz. El juego había terminado.


Mientras Marina se hacía cargo de armar el pequeño equipaje con el que viajaron desde Buenos Aires, Ágata decidió que ya era tiempo de hacer la llamada telefónica que tanto ansiaba.
Abandonó su cuarto después de la media mañana y se instaló en un pequeño salón que se hallaba en la planta baja de la residencia de la Guardia. Después de asegurarse que se hallaba a solas, se sentó en un sillón de tafetán y marcó el número indicado. La voz que respondió a su llamada le provocó una entrañable oleada de amor y dulzura.
-¡Querida hermana! –exclamó Ágata emocionada.
-¡Ágata! ¿Todo está bien? –preguntó Turquesa de forma apremiante.
-Gracias a Dios y a nuestra amada Piedra, las cosas se están encaminado de manera afortunada.
Turquesa Roccia no pudo responder. Las palabras se le estrangularon en la garganta y un incontenible sollozo se escapó de su pecho.
-No llores Turquesa, todo está en orden. Aún quedan temas por resolver, por ese motivo te estoy llamando.
Una luz de alarma apareció en la mente de la anciana.
-Es necesario que todo siga de acuerdo como lo planeamos. Nada debe cambiar. Por lo menos por el momento.
-¿Tengo que tomar más precauciones al respecto? –interrogó Turquesa preocupada.
-No creo. Lo importante es que todo continúe como hasta ahora.
-Espero verte pronto, Ágata… -susurró Turquesa con añoranza.
-Más pronto de lo que crees.
Habían transcurrido más de 20 años desde la última vez que se habían visto en persona. El paradero de Turquesa continuaba siendo un misterio para el Clan de las Piedras y durante aquella visita de Ágata a su hermana, debido a una misteriosa vuelta del destino una dama alemana estuvo a punto de descubrir el celoso secreto. Con infinito dolor en el alma, Ágata debió prometerle a Turquesa que no podían volver a cometer ningún error. A pesar del tiempo transcurrido y teniendo en cuenta que el Clan ya no se atrevería a castigar a Turquesa por su deserción, la anciana dama no quería correr riesgos y su único deseo era terminar su existencia en paz.


Claus Finke se hallaba en Zurich desde el mediodía. Como resultado de la prolongada charla con Ágata Roccia, Claus decidió que sería mucho mejor abandonar Vaduz y esperar a Ágata y a Marina en Suiza. Zurich era una ciudad imponente. En ella convergían perfectamente la belleza natural y la magnificencia de la modernidad.
Un restaurante tradicional logró llamar su atención y optaron por tomar su almuerzo en aquel fantástico lugar. Claus no podía dejar de mirar con absoluto orgullo a sus dos hijos. Ben había demostrado una gran fortaleza de ánimo y Callan lo había sorprendido gratamente con la valentía con que había enfrentado aquellos terribles sucesos.
La muchacha sonrió con picardía y comentó:
-Aún recuerdo la noche en que me llamaste para que viajara a Cariló.
Claus frunció el ceño perturbado.
-Sin duda no fui capaz de medir el riesgo al que te estaba exponiendo.
-No te tortures, papá. Creo que esta experiencia va a ser muy importante para mi vida.
Ben miró a su hermana con orgullo y dijo:
-La verdad, estoy muy impresionado Callan. No imaginé que fueras tan valiente.
La joven lanzó una carcajada y aseguró:
-No me alaben tanto… Cuando las Guardianas descubrieron que yo era una impostora estuve a punto de desmayarme.
Esa mujer Edana me miró con ganas de asesinarme.
-No hay dudas de que está realmente loca. –aseveró Ben impresionado.
-Creo también que uno de los momentos más críticos fue cuando reemplazaste a Rubí en la casa de Cariló.
-Cierto. Casi no tuve tiempo de hablar con ella y no sabía como imitar su personalidad.
Ben observó con mofa a su hermana y sugirió:
-Callan ¿No te interesaría comenzar una carrera artística? Dotes no te faltan…
Callan miró a su hermano con animosidad.
-Muy gracioso de tu parte Benjamín.
Claus bebió un trago de gaseosa y dijo:
-La pobre Rubí también tuvo lo suyo… Viajó acostada en el piso de la camioneta durante todo el trayecto desde Cariló hasta Buenos Aires.
-En el aeropuerto de Ezeiza tuve miedo de que las sacerdotisas y los guardianes descubrieran la verdad. –comentó Ben.
-Esa chica está loca por Cid. Definitivamente me cae muy bien. –afirmó Callan con sinceridad.
-Y Cid está loco por ella. Nuestro hermanito nos ha metido en una sorprendente aventura.
Claus seguía callado y pensativo. Ben le preguntó:
-¿Hay algo que te preocupe?
El hombre negó con la cabeza.
-Estaba pensando que a través de Cid logré descubrir el secreto del abuelo Karl.
Ben y Callan se quedaron mirando a su padre en absoluto silencio.
-Además es sencillamente sorprendente descubrir la existencia de mujeres tan especiales como las damas del Clan.
-Amatista me repitió miles de veces que ellas no son brujas… -susurró Ben con nostalgia.
Callan respiró hondo y confesó:
-Todavía no lo puedo creer… Es una realidad casi inimaginable. Su dinastía tiene siglos de existencia.
-Y no sólo eso, además tienen como misión velar por la estabilidad emocional del universo.
Claus volvió a quedar pensativo. Una pregunta le torturaba la mente desde el principio de toda esta increíble historia.
¿Qué clase de consecuencias le traería a su familia la estrecha relación que los vinculaba con el Clan de las Piedras?



Almuerzo en Zurich

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola de nuevo, por la falta de tiempo no puedo leer por completo todo lso capitulos, pero trato de hacerlo. y hoy aprovecher para lee este, y esta bueno. saludos y exitos

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