08 noviembre, 2011

Capítulo 83 "Momentos críticos"

Las celdas que se encontraban en el último piso de la residencia de Vaduz habían sido construidas un siglo atrás. Eran extremadamente húmedas y la luz del sol apenas se colaba por las pequeñas ventanas que daban al exterior. No hacía más que un par de horas que Claus, Ben y Callan se encontraban allí, sin embargo el encierro en aquel lugar ya empezaba a provocar en los miembros de la familia Finke los primeros síntomas de claustrofobia.
Callan estaba demasiado demacrada y el entusiasmo que la caracterizaba la había abandonado hacía un rato largo. Claus se acercó a su hija y le acarició el cabello con ternura.
-Estás sudando, Callan…
-No te preocupes, papá. No es nada. –su voz apenas se dejaba oír.
Ben miró a su hermana con preocupación. Se aferró a los barrotes de la celda y comenzó a gritar. Estaba furioso y se sentía impotente. Ante el reclamo de Ben, Markus apareció por el pasillo que conectaba las celdas con el resto de la casa.
-¿Qué necesitan? –preguntó el sacerdote con su inconfundible acento alemán.
-Mi hermana se siente mal. Hace mucho calor, necesita algo de beber.
Markus se aproximó a la celda y miró a Callan. La joven estaba recostada sobre un camastro. Tenía la cara muy pálida y sudorosa. A pesar del aspecto desmejorado, el joven no podía quitar los ojos de aquella muchacha. Su cabello negro como el azabache lo embriagaba y las mejillas que quizás por la fiebre se hallaban encendidas, le proporcionaban una belleza muy especial. Cuando ella le devolvió la mirada, Markus turbado dijo:
-Enseguida regreso con agua.
El sacerdote desapareció por las escaleras. Ben maldijo en voz alta y acto seguido se reunió con su padre y su hermana.
-No los provoques, Ben. No sabemos como van a reaccionar. –gimió Callan con tibieza.
Claus tomó la mano de su hija y angustiado exclamó:
-Ágata tenía razón. Nunca imaginé que este plan pudiera ser tan peligroso.
-Cuando la Guardiana se arrojó sobre Callan pensé lo peor. –agregó Ben con agobio.
-No se preocupen, Ágata sabe que las guardianas no pueden atacarnos. Están locas, pero no tanto…
Claus sonrió ante el comentario de la muchacha.
-Todo esto es una maldita pesadilla. –afirmó Ben –Nunca hubiese imaginado que íbamos a ser partícipes de semejante historia. –y con un gesto amenazante agregó- ¡Cid, voy a matarte!
Claus y Callan rieron con ganas.
-Si contara esta historia, mis amigas nunca lo creerían… -manifestó la chica resignada.
Markus había regresado y a través de una abertura que había en la parte inferior de la celda les acercó una bandeja con una jarra de agua, café y una cesta con galletas. Se retiró en absoluto silencio.
-No me gusta nada como te mira ese alemán. –farfulló Ben con enojo.
-Si no fuera porque es un sacerdote que está al servicio de una banda de mujeres insanas, estoy segura que le daría mi número de celular…
-¡Callan! –exclamó Claus sorprendido.
-¡Es una broma! –aseguró la chica con una sonrisa.
Ben le alcanzó una copa con agua y le ofreció la cesta con las galletas.
-No tengo hambre. Además preferiría que las probaras primero. Si están envenenadas te convertirías en mi héroe.
Ben que estaba a punto de comer una de las galletas, se atragantó y la escupió de inmediato.
Claus y Callan rieron de buena gana.
-Muy gracioso de tu parte… -maldijo Ben contrariado.


Las Guardianas discutían en el salón principal. Los últimos acontecimientos las estaban sobrepasando y ninguna de ellas estaba dispuesta a ceder en su posición. Mientras Jean y Clarencia eran de la opinión de ser cautas y esperar la reacción de las damas del Clan, Edana y Therese sostenían la idea de someter a las Elegidas y obligarlas a practicar el Ritual de la Concepción forzada.
De pronto Aldonza ingresó al lugar sin pedir permiso. En el preciso instante en que Edana iba a reprender a la joven sacerdotisa, la figura de Zafiro Pedra se materializó en el umbral de la puerta. No se encontraba sola, detrás de ella se hallaba Alina Gestein. La sorpresa se hizo evidente en los rostros de cada una de las Guardianas.
-Buenos días. –dijo Zafiro solemne.
La única que atinó a reaccionar con decoro fue Jean.
-¡Qué sorpresa querida Zafiro! –exclamó con fingido placer.
Zafiro y Alina avanzaron de manera temeraria hasta donde estaban las cuatro mujeres. La Jefa Suprema del Clan iba con la cabeza erguida y llevaba consigo un pequeño maletín de viaje. Se desplazaba con seguridad y cada uno de sus gestos exudaba autoridad. Esta actitud confundió a las Guardianas. Zafiro parecía no experimentar ninguna clase de temor.
La portuguesa se acomodó en una silla y abrió el maletín. Después de disponer unos cuantos escritos sobre la mesa anunció con voz grave.
-Lamento que nos encontremos en medio de una situación tan desagradable. Nunca imaginé que podríamos llegar a esto.
Edana intentó hablar pero con una mirada lacerante Jean la obligó a callar.
-No comprendo a que te estás refiriendo, querida Zafiro.
Zafiro le lanzó a Jean una mirada mordaz.
-Es demasiado tarde para simular, Jean. Esta vez se han pasado de la raya. ¿Es necesario que te recuerde que la Guardia Secreta fue creada para proteger a las damas y no para enfrentarlas?
Jean se acercó hasta Zafiro y apoyando ambas manos sobre la mesa donde estaba ubicada la portuguesa exclamó:
-¡Exactamente eso es lo que estamos haciendo! Ustedes han perdido el rumbo y nosotras…
Zafiro no le permitió acabar la frase. Se levantó de su asiento y su rostro quedó a pocos centímetros del rostro de Jean.
Parecían dos fieras a punto de atacar. Alina sintió un sudor frío que le recorrió todo el cuerpo.
-¿Nosotras hemos perdido el rumbo? ¡Por Dios, Jean! No seas necia.
En el momento que Jean alzaba la mano con el propósito de abofetear a Zafiro, Alina se arrojó sobre la guardiana y la empujó contra la pared. Edana reaccionó de inmediato. Concentró toda su ira contra Alina y atacó su mente sin piedad.
La dama alemana cayó al suelo tomándose la cabeza y balbuceando términos incomprensibles. Zafiro aterrada intentó ayudarla pero su cuerpo no respondía a sus órdenes. Miró a Jean con furia y gritó:
-¡No te atrevas a desafiarme, Jean!
Alina permanecía en el suelo gimiendo como una niña. Parecía desorientada y su mirada perdida no lograba concentrarse en nada en especial.
-¡Les ordeno que dejen de usar sus poderes! ¡Están cometiendo un sacrilegio! –clamó Zafiro indignada.
Clarencia se compadeció de Alina y junto con Aldonza la ayudaron a incorporarse y la sacaron del salón. En ese momento Zafiro advirtió que de no actuar con rapidez, su mente iba a sucumbir ante los poderes de Jean, Edana y Therese. Imposibilitada para moverse, cerró los ojos con fiereza y trató de concentrar toda su fuerza. Apenas unos segundos después hizo contacto con el ser superior. Una energía nueva y exultante comenzó a recorrer la habitación. Su cuerpo comenzó a recuperar el movimiento lentamente. La corriente de energía recorría cada uno de sus músculos y los volvía fuertes y poderosos. Alzó su mano derecha y apuntó en dirección al lugar donde se encontraban las Guardianas.
Una corriente eléctrica recorrió la pequeña distancia y alcanzó a las mujeres. Las tres cayeron al piso como si fueran muñecas de trapo. Zafiro se levantó ágilmente y se acercó a las Guardianas. Tenía la mirada helada y con tono críptico
les advirtió:
-Esto ha sido demasiado. Ya no hay posibilidad de disculpas. La suerte de la Guardia está sellada.


Jonás y Lucio estaban de guardia en la entrada principal de la residencia de Vaduz. Junto a ellos estaban Agustine, Cordelia y Francina. Aldonza permanecía en el interior de la casa por expreso pedido de las Guardianas.
La preocupación de la Guardia era cada vez mayor. Aún desconocían el paradero de Rubí y de Cid, y a todo este descontrol se agregaba la llegada intempestiva de Zafiro Pedra secundada por Alina Gestein.
Lo que nunca pudieron llegara imaginar era que las noticias sobre la rebelión de la Guardia había llegado a los oídos del resto de las familias. Tampoco pudieron prever la reacción inmediata de aquellas honorables mujeres. Si bien existían diferencias casi irreconciliables entre alguna de ellas, cuando era necesario dejaban las disputas de lado y se unían de inmediato en contra del enemigo común.
De pronto Aldonza que estaba ubicada en el mirador de la residencia dio la voz de alarma. La joven sacerdotisa había podido divisar a la distancia una caravana de automóviles que se acercaban por la ruta en dirección al cuartel general de las Guardianas.
-¡Se acercan dos automóviles y dos camionetas! –exclamó Aldonza desesperada.
Lucio intercambió una mirada de preocupación con Jonás y decidió ingresar a la estancia con el propósito de recibir instrucciones por parte de las Guardianas.
El primer vehiculo en llegar trasladaba a las damas de la familia Rocher. Celestina Rocher jefa del clan belga estaba acompañada por dos de sus jóvenes damas. Descendió del automóvil con la impecable compostura que la caracterizaba.
Sus ojos azules se fueron posando en cada una de las personas que se hallaban en la entrada de la casa de Vaduz. Esa mujer era temeraria. Ni un mínimo gesto de temor se desprendió de aquella mujer firme y segura. Por el contrario, su mirada poseía tal intensidad que fue obligando tanto a Jonás como al resto de las sacerdotisas a inclinar la cabeza y permanecer con los ojos bajos.
-Buenos días a todos. –dijo con tono severo.
Nadie se atrevió a responderle.
-Me agrada que guarden el respeto que como Damas del Clan de las Piedras nos merecemos. –agregó con voz punzante.
El segundo vehiculo en llegar fue la camioneta que conducían Coral y Jaspe Pedra que traían consigo a Cuarzo y Citrino Gestein. Las jóvenes mujeres descendieron lentamente y se acercaron a Celestina Rocher.
-¿Quiénes faltan llegar? –preguntó Celestina.
-Azabache Felsen y Diamante Stein están cerca. Alejandrita Pietra es la que viene rezagada.
Celestina Rocher revoleó los ojos con fastidio. Rosa Pietra era una mujer intolerable y con su conducta estaba echando a perder el normal desarrollo de su única hija.
La voz de Jean retumbó desde lo alto del balcón principal.
-¡Bienvenidas a todas! Es un verdadero honor recibirlas en nuestra casa.
Celestina entornó los ojos hacia arriba y le lanzó una mirada mordaz.
-Por favor Jean, te agradecería que bajaras de allí y no me obligues a esforzar tanto mi cuello.
Jean torció los labios en una mueca de fastidio y respondió:
-No era mi intención provocarte ninguna clase de dolor, querida amiga.
Celestina que era experta en responder ironías exclamó desafiante:
-Te has acordado demasiado tarde, estimada señora… El dolor de mi cuello es insignificante en comparación con el dolor y la decepción que le has provocado a mi alma. –hizo una breve pausa y agregó- Te ordeno que bajes ahora mismo.
La tensión se podía palpar en el ambiente. Ambas mujeres se batieron a duelo. Un duelo silencioso, cargado de miradas frías y de años de resentimiento. Finalmente Jean cedió.
-¡Cordelia! ¡Francina! Acompañen a las damas hasta el salón principal.
A Celestina Rocher se le dibujó una sutil sonrisa en los labios. Esta primera capitulación en realidad no significaba nada. Conocía perfectamente el carácter de aquellas mujeres y sabían que esta lucha acababa de comenzar…

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