02 noviembre, 2011

Capítulo 79 "Actos violentos"

El episodio violento que habían protagonizado con Ágata Roccia las había dejado en un estado de nerviosismo difícil de controlar. Jean decidió refugiarse en su cuarto y Clarencia huyó al pequeño Templo con la seria intención de meditar y tratar de recuperar un poco de serenidad.
Sin embargo Edana y Therese prefirieron concentrarse en la tarea que habían planeado temprano por la mañana. Si bien el paseo que las sacerdotisas llevaron a cabo con Ámbar duró casi 2 horas, el aspecto de la muchacha no había mejorado en absoluto.
Aldonza acompañó a la joven Pierre hasta la sala principal. Edana y Therese la estaban esperando con ansiedad. Era absolutamente necesario que la muchacha recobrara la frescura y el carácter necesarios para enfrentar una situación tan importante como la del Ritual.
Ámbar no pudo evitar un gesto de temor al ingresar al salón donde la aguardaban las guardianas. Aquellas mujeres emanaban una sensación de peligro constante. Therese tenía la mirada casi transparente y aparentaba una mal disimulada calma. En cambio Edana parecía una persona de armas a tomar. Sus ojos echaban chispas y una sonrisa cruel se dibujaba en su rostro surcado por cientos de grietas. Sin duda y exceptuando a Jean, aquella detestable anciana dominaba sin vergüenza a sus viejas compañeras. Clarencia y Therese eran incapaces de plantearle cualquier tipo de discusión. Esa mujer constituía un verdadero peligro. Ámbar prefería no imaginar las terribles consecuencias que implicaría un enfrentamiento con la guardiana más joven.
Aldonza le indicó que se sentara en un pequeño sillón que se hallaba junto a la ventana. La sacerdotisa se retiró en absoluto silencio. Ámbar posó sus ojos en un punto lejano y esperó con desazón el comienzo del interrogatorio.
-Querida Ámbar… -susurró Therese con cordialidad.
Edana con un gesto autoritario la obligó a callar.
-Ámbar, es necesario que comprendas que tu estado nos preocupa mucho. Desde que llegaste a Vaduz, ninguno de nuestros esfuerzos por mejorar tu salud han dado el resultado deseado.
Las pupilas de Edana se convirtieron en dos puntos negros y brillantes que destilaban una peligrosa frustración.
-Sinceramente, creo que no has estado colaborando con respecto a este tema.
Su voz sonaba cada vez más amenazante. Ámbar se negaba a enfrentar la mirada cruel de aquella odiosa mujer. Por un momento fantaseó con la posibilidad de utilizar sus dones, pero la idea se esfumó tan pronto como surgió. Hubiese sido una verdadera locura intentar desafiar el poder de la anciana.
-Me gustaría conocer tu opinión al respecto.
La frase de Edana fue pronunciada con un acento punzante. No era un pedido, era una orden.
-Estoy haciendo lo posible por mejorar… murmuró Ámbar con la mirada perdida en el vacío.
-¡Estás mintiendo, Ámbar! –exclamó Edana descontrolada.
Therese, desesperada, se interpuso entre la joven dama y su vieja compañera.
-¡Por favor, Edana! –gimió Therese angustiada.
De pronto la puerta se abrió y Ópalo Pierre ingresó a la habitación sin solicitar permiso. Alterada por la situación, corrió hacia su nieta y la cubrió con sus brazos.
-¡No te atrevas a tocarla! –gritó Ópalo desencajada.
El rostro de Edana se descompuso en una carcajada feroz.
-¡Patética! Me das lástima, Ópalo. No estas en condiciones de enfrentarme. Tu afán por posicionarte dentro del Clan no te lo permitiría.
Las palabras de Edana golpearon a Ópalo de un modo brutal. Aquella vil mujer estaba en lo cierto. ¿Cuántas cosas estaba dispuesta a arriesgar con el objetivo de trepar un escalón más en el Clan de las Piedras?



Pineda de Mar, España

Querida Berilo:

Hace más de 60 años que nos conocemos. A pesar de la distancia y del paso inexorable del tiempo, mi corazón siempre ha estado junto al tuyo.
Ambas tenemos sobrados motivos para despreciar nuestro linaje. Pertenecer al Clan de las Piedras nos ha provocado dolor y pesar. Yo fui condenada al exilio y tu hija permanece desaparecida hasta el de hoy. Sin duda, nuestras vidas no han sido nada fáciles de transitar. Sin embargo confío en que la integridad y la serenidad de las que siempre hiciste gala, aún gobiernen en el interior de tu alma.
Mi nieta Rubí está en grave peligro. Necesito de tu ayuda.
Por esas extrañas cosas del destino, posees algo que puede ayudar a mi familia.
La piedra que está bajo tu custodia coincide con la piedra que mi familia resguarda desde el principio de los tiempos.
Es absolutamente imprescindible que ambas piedras se unan y permitan que mi nieta quede libre de participar de un ritual tan arcaico como humillante y que sin duda va a marcarla de por vida.
Sé muy bien que no tengo derecho a pedirte nada, pero en nombre del cariño que nos ha unido durante tanto tiempo te pido que me ayudes.
El futuro de Rubí se encuentra en tus manos.
Que Dios te bendiga, querida amiga.

Turquesa Roccia.-

Alrededor de las 7 de la tarde, Alina Gestein llegó hasta la puerta de la sencilla casa. A pesar de las pequeñas dimensiones del terreno, la construcción poseía una estética muy particular. Primorosos canteros cubiertos de tulipanes de brillantes colores decoraban de manera exquisita el camino de entrada. Las dos farolas que colgaban del porche estaban encendidas.
La puerta se abrió lentamente. Una anciana alta y con los cabellos recogidos en una interminable trenza color ceniza, la miró con los ojos cubiertos de lágrimas. Alina angustiada, apenas pudo contener el aliento.
La voz de Berilo Rots sonó firme y desconsolada a la vez.
-¿Alina Gestein?
-Si. –respondió la dama alemana.
-Adelante. Te he estado esperando…


La camioneta BMW azul atravesaba el principado de Liechtenstein a toda velocidad. Apenas llegados a Zurich tomaron el último tren que partía en menos de 10` a Vaduz. Tal como el plan lo indicaba y gracias a un contacto de Claus en Europa, el vehículo rentado los estaba esperando en la estación del ferrocarril. La ruta era magnífica, pero las primeras luces del anochecer hacían bastante riesgoso el camino. Ni un solo automóvil se atravesó a lo largo de los primeros kilómetro. La subida era bastante empinada y tenía curvas muy pronunciadas. Ese detalle hizo desistir a Claus de conducir en aquel lejano territorio.
De pronto el Mercedes se atravesó en medio del camino. Ben apenas pudo dominar la camioneta. Pisó el freno a fondo y como consecuencia de aquella violenta maniobra el vehiculo dio un giro de casi 180 grados. El corazón de Ben estuvo a punto de salirse por su boca. Gracias a Dios, llevaban los cinturones de seguridad y todos estaban en perfectas condiciones.
Los tres hombres descendieron del Mercedes y se lanzaron rápidamente sobre la camioneta. Después de rodear la BMW
Markus se acercó a la puerta del conductor y ordenó:
-¡Bajen de la camioneta!
Primero bajó Ben y luego Claus que se encontraba en el asiento del acompañante. Los tres sacerdotes fruncieron el ceño en un evidente gesto de sorpresa. Intentaban mirar dentro de la camioneta, pero los vidrios polarizados le impedían ver el interior de la misma.
-¡Falta el hombre más joven! –gritó Lucio con rabia.
-¡No puede ser! –exclamó Jonás incrédulo.
Claus y Cid permanecían juntos y en absoluto silencio. Markus revisó la camioneta con rabia. Abrió el baúl de un tirón y al comprobar que estaba vacío, lanzó un alarido ensordecedor. Se acercó a Claus y tomándolo del cuello del abrigo dijo:
-¿Dónde está?
Claus se mantuvo con la boca tercamente cerrada. El golpe en medio del estómago hizo que Claus se doblara por la mitad. Ben se arrojó sobre Markus y alcanzó a golpearlo en la cabeza.
-¡No vuelvas a golpearlo!
Lucio y Jonás no tardaron en controlar a Ben. Mientras Jonás le sujetaba los brazos por la espalda, Lucio le cruzó un puñetazo en medio de la cara. La ceja de Ben comenzó a sangrar de inmediato.
-¡No! –gritó Claus aterrado.
Markus que tenía a Claus arrodillado sobre el cemento de la ruta, lo levantó con violencia y repitió la pregunta:
-¿Dónde está?
Claus lo observó con los ojos dominado por la furia. Le lanzó una mirada de preocupación a Ben y dijo:
-No pueden tocarnos. Las Damas del Clan saben que estamos aquí…
Markus estuvo a punto de volver a golpear a Claus, pero Jonás le advirtió del riesgo que corrían si lo hacía. Markus soltó una serie de insultos que evidenciaban la impotencia que estaba experimentando.
-La única salida que nos queda es llevarlos a la casa. –sugirió Lucio con voz gélida.
Mientras Jonás se hacía cargo de la camioneta en la que viajaban Claus y Ben, Markus y Lucio arrastraron a los Finke al interior del Mercedes. Les sujetaron las manos con precintos y le cubrieron la boca con cinta adhesiva. Ambos fueron arrojados en el piso del asiento posterior del automóvil. Las puerta estaban aseguradas y los vidrios blindados. La sangre que manaba de la herida de Ben manchó la alfombra del automóvil. El muchacho estaba mareado y aturdido. Claus creyó que iba a enloquecer. Se sentía humillado y temeroso a la vez. Ahora comprendía lo que Ágata le había querido decir con respecto a los peligros a los que se verían expuestos. Un pensamiento demoledor le encogió el estómago.
¿Si a ellos los habían tratado con tanta violencia, qué sucedería con Cid si llegaban a encontrarlo?



Casa de Berilo










3 comentarios:

Ricardo Miñana dijo...

Escribes inquietante, ha sido grato pasar por tu espacio.
saludos.

Bee Borjas dijo...

Qué gusto tu visita, Ricardo! Agradezco de corazón tus palabras.
Saludos cordiales, amigo!

la MaLquEridA dijo...

Si Berilo acepta ayudar a Turquesa entonces Rubí ya no tendría nada que temer, el problema es que quiera ayudarla y que los malos no encuentren a Cid.



Besos.