El Aeropuerto Internacional de Suiza fue el lugar donde se reunieron las diferentes representantes del Clan para viajar a sus respectivos países. Los trágicos acontecimientos en la carretera de Vaduz aún permanecían en la retina de cada una de las damas. Zafiro Pedra se había hecho cargo del cuerpo de Clarencia y las autoridades del principado todavía no tenían novedades con respecto al paradero de Edana.
-¡Les dije que esa mujer me miró con ganas de asesinarme! –exclamó Callan aterrorizada.
Claus abrazó a su hija y dijo:
-Espero que la policía la encuentre pronto.
Marina Roccia se había unido al grupo unos minutos antes. Apenas había podido refrescarse un poco en el baño del aeropuerto y se había cambiado la ropa que estaba manchada con la sangre de Clarencia. Ópalo Pierre se ofreció para acompañarla. En un principio ninguna de las dos mujeres hizo comentario alguno. Ópalo se encargó de arrojar la blusa ensangrentada en un cesto y ayudó a Marina a buscar alguna prenda dentro de su bolso de viaje.
-Espero que la próxima vez que nos encontremos sea en circunstancias más agradables… -susurró Ópalo con timidez.
Marina la miró directamente a los ojos.
-Opino lo mismo. Ojalá que las tragedias que enfrentamos nos ayuden a reflexionar y a poner nuestros egos en el lugar que corresponde.
La velada acusación de Marina provocó un ligero rubor en la cara de Ópalo Pierre.
-La misma honestidad brutal que tu madre. –afirmó la dama de manera mordaz.
-No fue mi intención ofenderte, Ópalo. –aseguró Marina con desgano.
Azabache Felsen y Diamante Stein tomaron el vuelo que las llevaba de regreso a Alemania. Antes de abordar la nave, le prometieron a Celestina Rocher mantenerse en permanente contacto. Aún quedaban muchas cosas por resolver en el seno del Clan.
Ópalo Pierre se unió a su nieta Ámbar que la estaba esperando en una de las cafeterías del aeropuerto.
-¿Marina ya está recuperada? –preguntó la joven con curiosidad.
-Eso creo. Por lo pronto ya pudo cambiarse de ropa.
Ámbar hizo un gesto de espanto y preguntó:
-¿Pudiste averiguar donde está Rubí?
Los ojos de Ópalo se ensombrecieron. La nieta de su histórica rival había huido y el Clan todavía no se había expedido al respecto. Semejante actitud aún no contaba con el castigo correspondiente.
-No.- respondió la mujer de manera lacónica.
Mientras Callan y Ben se entretenían recorriendo el freeshop, Claus Finke invitó a Marina Roccia a tomar un café.
-¿Estás mejor? –preguntó Claus con interés.
Marina bebió un largo sorbo de café y sonrió amargamente.
-Es extraño. Por un lado estoy tranquila porque todo esto está acabando y por otra parte la muerte de Clarencia me provoca un sentimiento de peligro inminente.
Claus estiró su mano y palmeó con suavidad el hombro de la mujer.
-Ustedes son mujeres muy valientes.
Marina volvió a sonreír, esta vez sus ojos delataban un brillo especial.
-¿Hablaste con los chicos? –preguntó ansiosa.
-Si. Hablé con Cid hace una hora. Ambos estaban muy preocupados, pero ya me encargué de tranquilizarlos.
-¡Extraño tanto a mis hijas! –gimió la mujer con tristeza.
-No te preocupes Marina, pronto vamos a volver a estar todos juntos.
Ella lo miró con ojos agobiados.
-Me temo que por el momento van a tener que permanecer ocultos.
Claus le devolvió una mirada preocupada.
-Hasta que el Clan no se expida con respecto a la huida de Rubí, es mejor que los chicos estén lejos de casa.
Las lágrimas brotaron de manera instantánea. Claus volvió a acercarse a la mujer.
-Por favor, no llores…
-Rubí tiene 17 años. Nunca ha estado lejos de nosotras.
Claus apoyó su mano sobre el brazo de Marina y dijo:
-No te preocupes, Marina. Confío en mi hijo y sé que va a cuidarla.
Marina esbozó una leve sonrisa y aseveró:
-¡Esos dos están más que enamorados! Nunca había visto a mi hija tan determinada. Parece una mujer adulta.
Claus lanzó una carcajada y agregó:
-¿Y Cid? Creo que el último vestigio de razón que le quedaba lo perdió en Ezeiza cuando se separaron de nosotros.
Estaba decidido a enfrentar a los sacerdotes en caso de que descubrieran el reemplazo de Rubí.
Callan y Ben se unieron a la mesa. La jovencita arrastraba unas cuantas bolsas de compras.
El padre la miró de manera reprobadora.
-No te enojes, papá. Necesitaba distenderme con cosas más terrenales.
Todos comenzaron a reír ante el comentario hilarante de Callan.
Marina miró a la muchacha y guiñándole un ojo aseguró:
-Me parece muy bien, Callan. Demostraste ser una chica muy valiente.
-¡Por favor, Marina! ¡No la halagues más! Se va a poner más insoportable de lo que ya es… -exclamó Ben alarmado.
-Si, claro… -protestó la jovencita con desdén.
Por los altavoces del aeropuerto anunciaron el vuelo que tenía escala en Madrid y luego los llevaría de regreso a Argentina.
El retorno a casa estaba por comenzar. Todos estaban ansiosos por reencontrarse con sus familias. Aunque un pequeño sabor amargo les opacaba la alegría. Parte de sus seres queridos permanecían en Europa y aún no sabían con exactitud cuando el destino iba a volver a reunirlos.
Cobijada por la calidez de la luz dorada y bajo la armónica influencia de las piedras, Zafiro Pedra redactaba el comunicado que iba a entregarles a los gobernantes del mundo. Después de su llegada a Portugal, la Jefa Suprema del Clan había dispuesto un sistema de seguridad de alta tecnología que se ocupaba de custodiar las piedras de Ágata Roccia y de Berilo Rots las 24 horas del día. Una caja de cristal blindado protegía el tesoro del Clan. Dicha caja se hallaba ubicada en el escritorio de Zafiro. Mientras Zafiro escribía el memorando, la energía positiva de las piedras la imbuía de un equilibrio y de una sensación de serenidad imposible de igualar.
“En nombre del Clan de las Piedras quiero comunicarles que hemos encontrado un nuevo camino para ayudar a la estabilidad mundial. Fue tan eficaz nuestro particular descubrimiento que de hecho ya me han llegado noticias sobre las futuras reuniones que se concretarán con el fin de logar un mayor entendimiento entre todas las partes y que impulsarán a los responsables de los países de nuestro bendito universo, a mejorar la calidad de vida de todas las personas, sin excepción de razas, culturas y credos.
Si bien las damas de nuestro amado Clan estamos dispuestas a continuar con nuestra milenaria tarea, es absolutamente necesario que los seres humanos aspiren a lograr el equilibrio emocional como consecuencia de una decisión personal.
Los hombres y las mujeres del mundo deben hacerse cargo de sus responsabilidades y dejar de lado sus miserias en pos de un futuro común de plenitud y buenaventura.
La renovada energía de nuestro Clan debe alentarlos y servirles de continua inspiración. El sigo XXI debe encontrarnos unidos y con el afán de lograr un progreso hacia un nivel superior de conciencia por medio de la iluminación y el conocimiento.
Nuestra intención es ser las conductoras de las vibraciones energéticas que los ayuden a ser más piadosos y menos insensibles al dolor de nuestro prójimo. Debemos recuperar los valores que se han perdido y que nos han llevado a un estado de verdadero salvajismo.
Abrazar el honor, respetar la sabiduría y aplicarse a los deberes y derechos propios del ser humano nos ayudará a recuperar el tiempo perdido. Es nuestra obligación ofrecerles un futuro mejor a las próximas generaciones.
De nosotros depende dicho objetivo.”
El paisaje que le regalaba la Costa Brava era de ensueño. El cielo estaba más azul que nunca y una leve brisa le agitaba el chal que cubría sus brazos. Por comodidad se había recogido el cabello en un rodete que sujetaba con un broche que le había regalado su hermana muchísimos años atrás. La ansiedad le consumía los nervios. A pesar de ser una persona muy equilibrada, la situación que iba a enfrentar no tenía precedentes. Ya habían transcurrido 20 años desde la última vez que se habían visto. Cientos de canas poblaban la fina cabellera de Ágata y alrededor de sus ojos, las marcas del paso del tiempo se hacían más que evidentes.
El chofer que la trasladó hasta Pineda de Mar resultó conocer muy bien a su hermana. Su nombre era Pedro Soria y en muchas ocasiones se encargaba de llevar a Turquesa hasta el pueblo. Por orden de ella, él era el responsable de trasportarla hasta la casa de la playa.
Después de doblar una curva bastante cerrada, el corazón de Ágata comenzó a latir a gran velocidad. A medida que el coche se acercaba a la sencilla casa, miles de recuerdos afloraron en su mente y le nublaron de manera momentánea la visión. De pronto la figura de Turquesa se materializó en el cerco de la entrada. Pedro Soria detuvo el automóvil y ayudó a Ágata a descender. Ambas mujeres se quedaron paralizadas, solamente sus ojos se comunicaban con una intensidad casi sobrenatural. Ninguna de las dos advirtió el momento en que el chofer se despedía, arrancaba el automóvil y desaparecía por la ruta que lo llevaba de regreso al pueblo.
Ágata observaba a su hermana con una infinita ternura. Los ojos de Turquesa se poblaron de lágrimas y sin perder un minuto más de tiempo, las dos hermanas se confundieron en un prolongado y cálido abrazo.
-¡Cuánto te extrañé! –gimió Turquesa emocionada.
-¡No puedo creer que estemos juntas! –susurró Ágata con la voz entrecortada.
Volvieron a mirarse asombradas. Habían pasado tantos años y sin embargo ellas sentían que nunca se habían separado.
Entre las dos cargaron el pequeño equipaje de Ágata y tomadas de las manos ingresaron a la casa. Conversaron durante toda la tarde. Bebieron varias tazas de té y Ágata comió de manera golosa unas galletas que Turquesa había preparado para ella. Eran de miel y canela y la receta tenía casi 70 años. La abuela de Turquesa se la había enseñado el mismo día en que había nacido Ágata.
-Rubí y Cid fueron a entregar una carta al correo.
Ágata miró a su hermana mayor y dijo:
-¿Qué opinas de todo esto?
Turquesa lanzó un profundo suspiro y confesó:
-Esos dos chicos son tal para cual. Hacía rato que no veía una pareja tan enamorada. Convengamos que en nuestra familia el amor de pareja no es un sentimiento muy habitual…Pero viviendo aquí he aprendido a conocer cientos de casos que recorren las calles de Pineda de Mar. Y te aseguro que Rubí y Cid sienten una verdadera pasión el uno por el otro.
Ágata frunció el seño preocupada.
-Turquesa, necesito saber la verdad. ¿Ellos viven aquí como si fueran una pareja consumada?
La anciana lanzó una estruendosa carcajada y se quedó mirando a su hermana con una mueca pícara en el rostro.
-¡El pobre chico hace casi una semana que duerme como puede en el sillón del comedor!
-Eso no me garantiza nada… -murmuró Ágata entre dientes.
-Rubí respeta mucho nuestras costumbres. Te aseguro que aún no ha pasado nada entre ellos.
Ágata volvió a suspirar, esta vez un poco más calmada.
-Necesito hablar con ella. Hay cosas que todavía no se han resuelto y es indispensable que sepa lo que está ocurriendo.
Cid conducía la bicicleta a los tropezones. Rubí iba sentada detrás de él y se empeñaba en hacerle cosquillas debajo de los brazos. El muchacho trataba de no perder el equilibrio, pero cada vez se le hacía más dificultoso.
:-¡Nos vamos a matar, Rubí! –gritaba Cid a las carcajadas.
Ella se abrazaba muy fuerte a su espalda y reía con una alegría que se le escapaba por los poros. Estaba radiante. Su cabellera brillaba bajo los rayos del sol y sus mejillas estaban encendidas por el calor de la tarde. Apoyaba la cara sobre el cuerpo de Cid y adoraba sentir la respiración pausada del muchacho. Muchas veces pensaba que se estaba volviendo loca. Necesitaba con desesperación estar cerca de él y acariciarlo. La dulzura de Cid la conmovía sobremanera y cada vez que lo miraba a los ojos, sentía que se hundía en ellos sin posibilidad de escapar. Se sumergía en la calidez de sus pupilas y podía pasarse horas junto a él sin decir ni una sola palabra.
Llegaron a la casa de Turquesa a las 6 de la tarde. Cuando abrieron la pequeña puerta de entrada, advirtieron que Turquesa estaba sentada en el porche. Sin embargo esta vez no estaba sola. Rubí reconoció la figura de su abuela y salió disparada como un rayo hacia donde Ágata la estaba esperando.
Fue un momento conmovedor. La anciana dama abrazaba a su nieta y no dejaba de acariciarle la cara. Cid también se unió al emotivo encuentro. Decidieron que ya era hora de entrar y comenzar a preparar la cena.
La comida estuvo estupenda y un clima pleno de alegría invadía el ambiente. Alrededor de las 11 de la noche, Turquesa les avisó a Ágata y a Rubí que ya había preparado el cuarto para que ambas pudieran descansar.
Después de despedirse de Cid, Rubí se dirigió con rapidez a la habitación donde la esperaba su abuela. Ágata ya se encontraba acostada. La chica pegó un salto y subió a la cama donde descansaba la anciana.
-¡Cuánto te quiero, abuela! –exclamó Rubí con felicidad.
-Yo también te quiero, Rubí. –dijo la mujer acariciando la mejilla de su nieta.
-No quiero quejarme abuela, pero de verdad extraño mucho a mamá y a las chicas.
-Precisamente de eso quería hablarte.
Rubí no pudo reprimir un gesto de preocupación.
-Tu madre no vino conmigo porque prácticamente la obligué a regresar a Cariló. Amatista está llevando muy bien su embarazo, sin embargo no puede estar tanto tiempo sola a cargo de la casa y de tus hermanas.
-Eso lo comprendo bien, pero aún no entiendo el motivo por el cual nosotros no podemos volver a Buenos Aires.
Ágata suspiró profundamente y dijo:
-Han pasado algunas cosas que me obligan a tomar ciertos recaudos.
-¿Qué cosas?
-Si bien el problema de la falta de energía positiva se ha solucionado con la unión de nuestra piedra con la piedra de Berilo Rots, el tema de la prolongación de nuestra sangre sigue sin encontrar una solución adecuada. Cada vez son más las damas jóvenes que intentan desertar del Clan. Necesitamos que las nuevas generaciones estén listas para ocupar nuestros lugares, sin embargo cada vez son menos las mujeres que están dispuestas a seguir nuestro camino.
Rubí se ruborizó y un ligero sentimiento de culpa le golpeó el corazón.
-Por el momento Zafiro Pedra ha dado un paso atrás con respecto al Ritual de la Concepción…
La muchacha se quedó mirando a su abuela con la pregunta escrita en la mirada.
-No puedo asegurarte que en breve el tema vuelva a discutirse en el seno del Clan.
-Eso quiere decir…
-Eso quiere decir que tanto tu posición como la de Ámbar Pierre sigue siendo la misma.
Un escalofrío recorrió la espalda de Rubí y la hizo tiritar.
-Me temo que por el momento lo más seguro es que permanezcas aquí junto con Cid.
Los ojos de la muchacha se encendieron como dos brazas.
-¡Me niego a esconderme como si fuera una delincuente!
-Escuchame Rubí –dijo Ágata con ternura- Necesito que me concedas el tiempo suficiente como para averiguar cuales serán los pasos a seguir con respecto a este tema. Además ha sucedido algo que aún no te he contado.
Rubí trató de calmarse y fijó toda su atención en su abuela.
-Las Guardianas fueron trasladadas a Esmirna para ser llevadas a juicio. Camino al centro de Vaduz, Edana utilizó su poder en contra de Clarencia para poder escapar.
-¿Y qué sucedió?
-Edana logró escapar. La policía suiza aún la está persiguiendo.
-¿Y Clarencia?
Ágata sintió que la mirada se le ensombrecía. El tono de su voz descendió hasta convertirse en un susurro.
-Clarencia murió al arrojarse del automóvil.
Rubí se quedó sin palabras. Estaba horrorizada.
-Edana provocó el accidente y aprovechó el momento de confusión para huir de allí.
-¿Entonces?
-No sabemos que puede llegar a planear. De lo que estamos seguras es de que es capaz de hacer cualquier cosa. Lo siento Rubí, no puedo arriesgarme a que te encuentre. Pineda de Mar es el lugar más seguro.
Rubí se quedó callada. Sin decir nada, se acercó más a Ágata y se recostó a su lado. Parecía un pequeño ovillo de lana. Ágata la cobijó entre sus brazos y la cubrió con una manta. Esa noche las dos iban a dormir juntas, como cuando Rubí era pequeña. Sin embargo las cosas habían cambiado demasiado. Rubí ya no era una niña y lo que estaba en juego en ese momento, era la seguridad de su propia vida.
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Agata y Turquesa |