31 julio, 2011

Capítulo 5 "LA REVELACIóN"

“Desde tiempos inmemoriales los seres humanos se sintieron atraídos por el poder de las piedras. Tanto en el antiguo Egipto como en las lejanas minas de Oxus en Afganistán, hombres y mujeres de cualquier linaje se afanaban por descubrir y utilizar el poder benéfico de las piedras. Las mismas simbolizan lo imperecedero y también la voz de las divinidades.
Esta historia se remonta a los albores de la Edad Media. Una gran Piedra Divina mantenía el equilibrio, el orden y la paz en el mundo. Miles de hombres y mujeres peregrinaban hasta el templo y veneraban a la piedra que les otorgaba igualdad y salud y que los mantenía alejados de los pensamientos oscuros y negativos.
Sin embargo una fuerza extraña comenzó a resquebrajar la piedra de Dios y sin mediar mucho tiempo, los conflictos comenzaron a aparecer. En cuestión de pocos años las guerras sangrientas empezaron a destruir la armonía entre los pueblos.
Finalmente la piedra sagrada se desintegró en una cantidad de trozos iguales que fueron ocultados por los sacerdotes y sacerdotisas que se habían convertido en los guardianes del Orden.
Los hombres sumidos en sentimientos malignos, y obnubilados por el deseo de poder y riqueza se exterminaban unos a otros e iban dejando cada vez más mujeres, niños y ancianos en total desamparo y desolación.”
Ágata hizo una breve pausa. Tomo un sorbo de agua y sin elevar el tono de voz continuó con la historia.
“Con la esperanza de reconstruir la gema divina, los reyes le entregaron a cada familia noble un trozo de aquella piedra con la orden de custodiarla hasta que se pudieran volver a unir aquellos sagrados pedazos.
Sin embargo las batallas continuaron diezmando a los caballeros y sólo quedaron las mujeres con la responsabilidad de proteger aquel tesoro que se les había entregado.
Con el correr del tiempo, las damas comenzaron a notar que estos trozos de piedra controlaban los elementos de la tierra, sus propias cualidades biológicas e incluso influían en el espacio y en el tiempo.
Sin poder dar crédito a lo que descubrían, cada una de estas mujeres fueron incorporando las diversas facultades de dichas piedras. Una de las curiosidades era que este poder divino se trasmitía de generación en generación y sólo en las hembras. Los varones cumplían solamente un rol en la etapa de reproducción.
Cuando los hombres comprendieron que su participación en semejante milagro era cada vez menor, intentaron hablar con los sacerdotes para exigir que el poder de las piedras también les fuera transmitido a los hijos varones. El reclamo fue inútil. Cada niña que llegaba a la tierra traía consigo la impronta de una piedra, en cambio los niños nacían frágiles y con una salud precaria que se deterioraba con el transcurso de los días.
Sin poder dar crédito a lo que estaba sucediendo, los caballeros indignados comenzaron a abandonar sus hogares y a refugiarse en los brazos de otras féminas que si bien no poseían el don mágico de sus esposas les brindaban la oportunidad de prolongar su casta.
Desesperadas, las guardianas de las piedras solicitaron el consejo de las autoridades sacerdotales.
Una reunión secreta se celebró en el templo donde se había venerado alguna vez a la Piedra Divina. Por fin y después de deliberar durante horas, tomaron una decisión.
A partir de ese momento un nuevo Orden iba a gobernar sus vidas para siempre.”
Marina y Amatista estaban sentadas una al lado de la otra y observaban la escena en absoluto silencio. Aún recordaban con claridad el día que su abuela les había relatado la misma historia. Ahora era el turno de sus propias hijas. Y curiosamente las miradas absortas de las chicas eran iguales a las que ellas mismas habían tenido en su momento.
Jade tenía las manos cruzadas sobre las piernas. Estaba muy erguida y no apartó la vista en ningún momento.
Esmeralda con sólo 10 años se mordía nerviosa las uñas de las manos y luchaba por mantener la concentración.
En cambio lo que más impresionó a Marina fue la mirada que Rubí le estaba dedicando a cada una de ellas.
Tal como sucedía con todas las mujeres del Clan, ninguna había tenido la oportunidad de conocer a sus progenitores.
El padre de su segunda hija había desaparecido de su vida al igual que los hombres con quienes había engendrado a las otras dos.
Y tal como la ley de las Piedras lo exigía, jamás había vuelto a saber nada de ellos.
Sin embargo los ojos de la chica eran un tormento cotidiano. Cada vez que observaba a su hija, allí encontraba la dorada mirada con la cual aquel varón la había hechizado 17 años atrás.
Fue entonces cuando Rubí habló con tanto fervor que hasta su abuela Ágata se sorprendió.
-No quiero engañarlas. Esta historia no me hace sentir ninguna clase de orgullo. Todo lo contrario, siento que esto que me están contando es una verdadera locura. Siempre me hablaron de una bendición. ¿Qué clase de bendición te obliga a buscar a un hombre con el único fin de usarlo y abandonarlo como si fuese poco menos que un pañuelo descartable?

30 julio, 2011

Capítulo 4

Caminaba por la playa y el viento le cubría la cara con su propio cabello. Hacia un rato largo que una llovizna molesta le empapaba el vestido de algodón.
¡Quien la había mandado a salir sin la campera rompevientos! Encima se había puesto ese ridículo vestido que se le pegaba al cuerpo y la hacía tropezar a cada rato.
“Estúpida” se repetía a si misma y miraba al cielo buscando alguna clase de explicación. Todo por llevarle la contraria a su madre que la torturaba con su presunta falta de feminidad.
Qué locura. Algo estaba pasando en su interior que se estaba dejando llevar por semejante idiotez. Hasta la abuela Ágata había complotado. Lo último que faltaba era que la única persona en la que confiaba se pusiera del lado de las demás. Jade y Esmeralda no contaban para nada. La primera por ser lo opuesto a ella y la otra porque aún jugaba con las muñecas.
Últimamente un sentimiento de enorme soledad la estaba persiguiendo. Se sentía extraña, vulnerable. Frente a su familia lo disimulaba con uñas y dientes. Pero por primera vez sentía una especie de incertidumbre que le quemaba las entrañas.
Nunca se le había ocurrido cuestionar su vida. Mucho menos lo que el destino le tenía preparado desde la cuna. Pero ahora el tiempo le estaba jugando una mala pasada. Cada vez se acercaba con más rapidez el momento de cumplir con el mandato familiar y ella no estaba muy segura de poder lograrlo. Aún albergaba en lo más profundo de su ser la posibilidad de entregarse a su suerte sin demasiados conflictos.
Sin embargo los cuestionamientos habían comenzado a atormentarla unos cuantos meses atrás. Su carácter se había puesto más belicoso y sus reacciones cada día eran más violentas. Ágata trataba de apaciguarla pero sus emociones estaban mezcladas y se sentía impotente ante semejante confusión.
Su madre la venía presionando y ella era incapaz de controlar su lengua. Las discusiones eran interminables y las dejaban exhaustas a las dos. Solamente encontraba consuelo cuando se refugiaba en la playa y caminaba por la orilla del mar.
“Se necesita tanta agua para apagar tanto fuego”, la conocida frase apareció en su mente y Rubí no pudo contener una estruendosa carcajada.


El negocio de artesanías que atendía Marina estaba ubicado en una de las esquinas más bonitas del centro comercial de Cariló. El local de ventas era uno de los más visitados por los turistas gracias a la variedad de productos que se ofrecían y a la encantadora personalidad de su dueña.
Todas las mañanas Marina se reunía con su hermana Amatista y confeccionaban una larga lista donde anotaban las novedades que deseaban traer para incentivar la preferencia de los visitantes por su negocio.
La verdad era que su familia no dependía de aquel medio para ganarse la vida. Pero era absolutamente necesario poseer algo que las igualara al resto de la gente. De otra forma tarde o temprano se descubriría la verdad y deberían abandonar esa ciudad a la que amaban tanto y en la cual se habían refugiado casi un siglo atrás.
La voz de Ami la sorprendió mientras trataba de codificar unas nuevas vasijas que habían llegado del norte del país.
-¿Todo en orden?
Marina respondió con una enorme sonrisa en los labios.
-Te estaba esperando. La verdad las piezas son maravillosas. Buena elección.
-Gracias hermana. ¿Tomamos café?
-Claro, me estaba muriendo de ganas.
Unos minutos más tarde Ami regresó portando una bandeja con dos tazas de café y un plato de galletas. En silencio se acomodó sobre la alfombra en la que estaba sentada su hermana. Le ofreció el café y las galletas y suspiró profundamente.
Marina dejó las vasijas en el piso y mientras sorbía un poco de café la miró fijamente a los ojos.
-Vamos, no demos más vueltas. ¿Cuál es el problema?
La mujer suspiró nuevamente y respondió con voz baja y armoniosa.
-Ayer Esmeralda estuvo interrogando a Jade sobre la historia de la familia. No estoy muy segura cual es exactamente el tema que la intriga. Pero la cara de Jade era de  preocupación. Después de insistir bastante, Esmeralda se dio media vuelta y le dijo que si no quería responderle, mucho no le importaba, porque seguro Rubí no iba a dar tantas vueltas como ella.
Marina frunciendo el ceño murmuró:
-Sólo tiene 10 años…
-Los tiempos cambian y todo sucede más rápido. Nuestra aceptación a las reglas de la familia está a años luz de lo que las chicas pueden llegar a comprender y pretender para sus vidas.
No hace mucho tiempo que sucedió la rebelión en el clan portugués. La dama de Pedra tuvo que utilizar todos sus poderes para que las chicas continuaran cumpliendo con la misión.
Marina volvió a sorber un poco de café y con voz equilibrada sentenció:
-Mañana sin falta nos reuniremos con Ágata y encontraremos la forma de hablar con las tres.
Las dos hermanas se miraron e intentaron relajarse mutuamente. A pesar del esfuerzo, solamente un nombre seguía instalado en la mente de ambas.
“Rubí”

29 julio, 2011

Capítulo 3

Cid estaba cansado. Había manejado toda la noche y solamente se había detenido para tomar un café. Este viaje lo hacía en solitario porque necesitaba con urgencia aclarar sus sentimientos. La relación con su familia estaba pasando por una etapa más que buena.
El tema no era los otros. El problema era él. Él y su propia existencia. Hacía un año que había obtenido el título de ingeniero y su trabajo en la empresa se consolidaba cada día más.
Sin embargo su insatisfacción crecía con el correr de los meses. Con pesar había caído en la cuenta de que se estaba aislando de sus amigos y que solamente se sentía a gusto cuando se encontraba solo.
En su biblioteca personal la cantidad de libros había crecido notablemente. Textos de toda índole se apilaban en los estantes y eran consumidos con suma avidez.
La música también se había convertido en una de sus preciadas aficiones. Últimamente las composiciones instrumentales lo acompañaban en las largas noche de insomnio.
En ese preciso momento un compacto de Stevie Ray Vaughan sonaba a todo volumen dentro del auto.
Nunca había ocultado el dolor que le había provocado la muerte de su madre. Lo inesperado del episodio lo había encontrado con las defensas bajas. Siempre se jactaba de poder controlar con facilidad cualquier clase de situación.
Pero esta vez era muy diferente. La crueldad de lo impensado lo había dejado absolutamente vulnerable. Se sentía en carne viva. Sus emociones habían estaban bloqueadas y era incapaz de controlar tanto dolor. La pena lo acompañaba a donde quiera que fuese y la angustia parecía querer anidar para siempre en su corazón.
El enorme cartel de “Bienvenidos a Pinamar” lo recibía con las primeras luces de la mañana. Hacía mucho tiempo que no visitaba la costa de Buenos Aires. La decisión de visitar esas playas la había tomado después de escuchar el consejo de uno de sus clientes en Misiones. Fue entonces cuando se puso como objetivo ordenar todas sus obligaciones en Apóstoles y tomarse una semana de descanso.
Y ahí estaba ahora, ingresando en la costera ciudad con la enorme ilusión de encontrar un poco de paz para su alma. Lo que más lo reconfortaba era que faltaban 2 semanas para comenzar el mes de abril por ende la mayoría de los veraneantes ya habían regresado a la capital y él iba a tener la posibilidad de disfrutar del lugar casi en solitario.
Además estaban las localidades vecinas para visitar. Cariló, Ostende, Valeria del Mar. La naturaleza era muy pródiga en esos lugares. Las playas y los bosques se extendían a lo largo de miles de kilómetros dotando a la zona de una belleza imponente. Las casas se escondían entre la vegetación y le otorgaban a sus propietarios la privacidad y el descanso tan anhelados en estos tiempos de locura generalizada.
La mayoría de las construcciones eran de dos plantas y estaban hechas con madera y piedras. Los ventanales de cristal, estaban orientados tanto hacia el mar como hacia la majestuosa vegetación.
Como no había tenido el suficiente tiempo para elegir hospedaje, su secretaria le había hecho una reserva en un hotel que estaba frente a la playa muy cerca de la rotonda de Bunge.
Eran casi las seis de la mañana cuando estacionó su auto en la puerta del complejo hotelero. Cid suspiró profundamente.
Nunca habría llegado a imaginar lo que la suerte le estaba deparando para su vida.

Capítulo 2

El cielo estaba cubierto de nubes negras. La tormenta no iba a tardar en llegar. Las plantas de yerbamate esperaban sedientas el agua reparadora. Hacía ya unas cuantas semanas que no llovía y todo el pueblo lo necesitaba.
Eran las 6 de la tarde y todos lo peones se asomaban al campo y observaban el firmamento con ansiedad. Los más chicos correteaban entre los árboles mientras sus padres continuaban con la labor antes de que cayese la noche.
Después de dormir su sagrada siesta, Claus había bajado al comedor. Sentado junto al ventanal esperaba que le trajeran la merienda.
Le quedaban pocos rastros de su estirpe alemana. A los 5 años de edad y exiliado junto a sus padres de su país de origen, había aprendido a amar el pueblo de Apóstoles de manera incondicional.
Sus recuerdos de infancia lo remitían hasta el primer día en que había visto el bello monte que serpenteaba el camino de tierra roja. Una tierra tan roja como las llamas de una gran hoguera. Sin embargo lo que más conmovía al niño no era la similitud entre el relieve de esta tierra y la suya propia. Lo que realmente llamaba su atención era el terrible calor que abrumaba sus sentidos.
Los inviernos en su Colonia natal eran implacables no sólo con las personas sino también con la naturaleza misma. En cambio aquí, la ropa con la que su madre lo vestía lo sofocaba y lo hacía sudar a mares.
-Don Claudio, le traigo su merienda.
La voz de la señora Frida lo devolvió a la realidad. Le agradeció con una ligera sonrisa. A pesar del tiempo, el temperamento de Claus continuaba inalterable. Era reservado y corto de palabra. Hablaba en un tono muy bajo y sólo cuando era necesario. A menudo sus hijos se lo hacían notar. El alemán sin inmutarse siempre respondía de igual forma.
-Para el cotorreo estaba su madre.
Amira, una muchacha de familia árabe lo había enamorado desde el primer día. Demoraron solamente dos meses en casarse y formar la familia que Claus siempre había soñado.
Su inesperada muerte apenas unos años atrás, le provocó un profundo malestar en el pecho. Decenas de exámenes médicos no podían hallar el origen de aquella molestia. Cada mañana al abrir sus ojos Claus se preguntaba como era posible que unos simples estudios clínicos pudiesen rebelar la verdadera razón de su dolor.
-¿Cómo no me va a doler el corazón si la mujer de mi vida ya no está conmigo?
De pronto el cielo se convirtió en una inmensa pantalla de cine. Los relámpagos refulgían con intensidad y los truenos asustaban a los animales que corrían en busca de refugio.
La mano de Benjamín lo sobresaltó. Su hijo mayor se había acercado en silencio y se había sentado junto a él en el sillón del comedor.
-Hola Alemán. Por fin llegó la lluvia. ¿Estás contento?
Claus miró a su hijo de soslayo y esbozó una media sonrisa. La punzada en el corazón se  manifestó con intensidad.
Sin que Benjamín lo notara, Claus se revolvió en su asiento.
“Amira debe estar sonriendo también”, pensó el hombre mientras una traicionera lágrima se le escurría por la mejilla.

21 julio, 2011

Capítulo 1

El extenso bosque de Cariló estaba más frondoso que de costumbre. Los enormes árboles se erguían como menhires dispuestos en forma estratégica por la mano de Dios. Ya había pasado la temporada de verano y los visitantes se habían retirado de allí hacía ya casi un mes. La tranquilidad acunaba al pueblo y parecía adueñarse por completo del centenario bosque.
Hacía un buen rato que Ágata caminaba entre la vegetación y extasiada miraba la belleza que la rodeaba. Cada vez que sus ojos se elevaban entre las ramas, podía ver trozos de un cielo tan azul como el mar que se vislumbraba desde donde ella estaba parada. La respiración era suave y rítmica. Los pulmones se llenaban de aire puro y de un suave olor a vegetación nueva y fresca.
Esta era la época favorita de la anciana. Podía meditar y relajarse. No necesitaba estar tan atenta y ocupada en mantener las apariencias. Sin duda, los riesgos se multiplicaban durante los veranos. Demasiada gente rondando y muchas cuestiones que proteger y vigilar. Últimamente se estaba sintiendo bastante fatigada. Ya había cumplido 80 años y las responsabilidades no parecían cesar. No quería ser injusta con su hija Marina pero muchas veces las reacciones de ella la obligaban a imponer su viejo y acertado criterio.
Las chicas estaban creciendo y si bien necesitaban ser guiadas, la rigidez de su hija la preocupaba sobremanera. En lo profundo de su corazón temía que tanta disciplina ejerciera el efecto contrario en las jóvenes. Esmeralda era pequeña aún, pero las otras dos ya empezaban a experimentar las reacciones típicas de la juventud.
Además ¿quién podía comprender la situación especial en las que ellas se encontraban? La simulación era parte esencial de su existencia y a medida que crecían todo se complicaba naturalmente. Era un momento crucial para  las mujeres del Clan, pues  empezaban a surgir los cuestionamientos y los intentos vanos por revelarse a un destino forjado hacía muchos siglos atrás. En el pasado la vida de las mujeres se veía limitada a formar un familia y a construir un hogar. Ahora la evolución del mundo y sus nuevas normas conspiraban con el antiguo orden. En la actualidad las cosas han cambiado radicalmente. La mayoría de las mujeres tienen la oportunidad de escoger con decisión y libertad. Disfrutan de su sexualidad sin temores y optan por vivir solas o acompañadas sin necesidad de liarse a vetustos contratos matrimoniales.
Pero para Ágata esto es otra cosa. A partir del momento en que una de las integrantes de la familia cruzaba el umbral de los 16 años, el juego de la vida comenzaba otra vez.  Las chicas estaban creciendo rápidamente y por primera vez en mucho tiempo se sentía genuinamente preocupada. Jade no había generado demasiado alboroto con respecto al tema, pero Rubí siempre había tenido un genio decididamente revolucionario. Era tan dura como una verdadera roca y trataba de llevar sus ideas hasta las últimas consecuencias. Apasionada y visceral, desbordaba inteligencia y confianza en sí misma.
Marina, su propia madre, solía tener discusiones muy a menudo con ella. La mayoría de las veces había tenido que recurrir a sus habilidades para poder llegar a una solución armónica. Y lo más preocupante era su aspecto. Nunca se había fijado demasiado en su apariencia. De hecho sus hermanas y su tía la habían alentado desde pequeña a ocuparse un poco más al respecto. Rubí siempre ignoró tales consejos y parecía por el contrario dejar esa parte de su vida absolutamente de lado. Pero sus genes se estaban revelando y su energía y contextura física se desarrollaban más allá de su atención. Y ese desborde de hormonas la hacía cada vez más visible y encantadora a los ojos de los demás. Leía con fruición y no dejaba de interesarse por todo lo que ocurría a su alrededor. Establecía vínculos rápidamente y poseía una habilidad negociadora innata. Sin duda su mayoría de edad iba a acarrearles innumerables problemas.
Durante siglos la historia volvía a repetirse y era su deber vital hacer cumplir las reglas. Ágata lo sabía muy bien.
De ello dependía la supervivencia de su familia.